X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Confidencias a Peter Pan

Cristina Cordero, 14 años

                 Colegio Tierrallana (Huelva)  

<<El otro día me puse a pensar en lo que me gustaría ser de mayor… Pero aún no lo sé>>, me gustaba contarte cuando, antes de dormir, me escapaba de los edredones para contemplar ese sinfín de estrellas desde el balcón.

Me destapaba con delicadeza, por si mis padres tuvieran el oído más desarrollado de la humanidad y pudieran oírme. Rozaba cuidadosamente el suelo con la punta de mis pies, me incorporaba con suavidad y avanzaba lentamente hacia la cristalera que daba a la azotea. Entonces, maravillado, contemplaba la infinidad de estrellas.

Cada noche parecía la primera porque la emoción era siempre la misma.

Pero llegó la fecha en la que observarlas se me quedó demasiado corto. Quería conocerlas, que alguien me las presentase.

Desde aquella noche me pasé las horas en la biblioteca adquiriendo conocimientos sobre la constelación de Orión, buscando planetas anónimos a los que pudiera ponerles un nombre.

Mi pasión por la astronomía crecía, hasta el punto que me propuse hacer un mapa de la bóveda oscura. Y con larga dedicación, lo terminé.

Mas nada me contentaba. Yo quería ser tú: Peter Pan, un muchacho que volaba. Madre mía… ¡volaba! Vivía sin estar sometido a las leyes de la Naturaleza, entre la multitud de esos puntos resplandecientes. Ese era mi sueño.

Mi única ilusión eras tú. Ser otro habitante del país de Nunca Jamás, un ciudadano de las estrellas, poblador del infinito.

<<La ambición es el primer paso; intentarlo, el segundo>>, solías decirme en sueños.

Pero yo crecía… Conforme mi forma de pensar cambiaba, tú seguías exactamente igual que cuando te conocí.

Me asusté porque dejé de soñar que volábamos juntos en busca de nuevos cuerpos celestes. Te limitabas a hablarme a penas una frase por noche. Y empezaste a aplazarlas por días, semanas, meses…

Una madrugada de bochorno insoportable, apareciste en mi habitación. Aún seguía con los ojos ofuscados por la confusión cuando escuché tu susurro:

<<Es hora de hacer que se derrumbe la fina capa divisoria entre la realidad y los sueños>>.

No terminé de entenderte y, por desgracia, fue la última vez que te vi. No volviste a pasar por mi ventana. No volviste a pedirme que paseáramos por Merak. Ni siquiera te despediste. Te fuiste sin más. ¡Me habías abandonado!

Las noches ya no eran lo mismo. Leía alguna novela para cansar la vista y dormitaba en un letargo preocupado.

Ocho meses más tarde, mientras intentaba nublar los ojos a medianoche, me di cuenta de que me había dejado abiertas las persianas. Me bajé de la cama sin pegar ningún salto –ya no me hacía falta– y me acerqué a cerrarlas: fue entonces cuando tuve la sensación de comprender la frase que me dedicaste como despedida. Mi sueño era, nada más y nada menos, que volar y tocar el horizonte. Me habías abierto los ojos al decirme que había llegado la hora de hacer realidad mis objetivos.

Han pasado muchos años desde todo esto, querido Peter Pan. Mi esposa y mis dos hijos son ese cielo por el que tú me enseñaste a navegar, y mi trabajo -soy astrónomo- se ha convertido en aquella fusión de los sueños y la realidad. Desde que me dedico a este oficio, he conseguido ver de cerca lo que tú y yo vimos de lejos en aquel entonces. Incluso he descubierto un cometa.

¿A que no sabes qué…? Si miras en el mapa que tracé de niño, verás un punto blanco añadido posteriormente, con un pequeño letrero que le da nombre: “Peter Pan”