X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Cosas de hermanos

Blanca Serrano, 17 años

                 Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría)  

El agente Ryans miró con detenimiento a la persona que había al otro lado de la mesa. Estaban en una sala de interrogatorios. Ante él, un joven rubio de ojos verdes sonreía con arrogancia. El agente Ryans suspiró una vez más.

-¿Por qué lo hiciste, Jeremy? -preguntó con voz cansina.

El joven se encogió de hombros, sin dejar de sonreír.

-Supongo que porque me apeteció -respondió.

-Te apeteció… -masculló el agente Ryans-. ¿Quieres que me crea que asesinaste a seis personas a sangre fría, sin motivo alguno?

-Si -contestó Jeremy Baker, y comenzó a balancearse en la silla. Después preguntó inocentemente-: ¿Voy a ir a la cárcel?

-No. Eres menor de edad. Irías a un reformatorio.

-Que divertido -suspiró Jeremy.

-¿Tenían algo en común tus víctimas? ¿Las escogiste por alguna razón?

-No.

-Así que no importaba el que todas fuesen alumnos brillantes.

-Le he dicho que no. ¿Que importancia tiene eso? - Jeremy miró directamente a los ojos del agente Ryans, desafiante.

-Muy bien. Volveré luego para ver si has cambiado de opinión.

El agente Ryan se levantó, abandonó la sala y se dirigió a su despacho. Una vez allí, se sentó ante su escritorio, pensativo. Tenía el arma. Tenía los seis cadáveres. Tenía al supuesto culpable… Pero no tenía el móvil. Algo se le escapaba.

Se negaba a aceptar que Jeremy Baker había asesinado a seis estudiantes por pura envidia. Los seis asesinados habían sido galardonados numerosas veces por distintas razones. Eran populares y, aparentemente, simpáticos. Eran estudiantes modelo mientras Jeremy Baker, compañero de instituto de las victimas, no destacaba en nada.

-Señor –uno de los ayudantes de Ryans le sacó de su ensimismamiento-, hemos identificado las huellas dactilares en el arma.

-¿Y bien? -preguntó el agente, impaciente.

-Baker, señor.

-¿De verdad es culpable? -preguntó algo incrédulo.

-Jeremy, no, señor –le aclaró, abriendo una carpeta que llevaba en la mano-. Son de su hermana gemela Rosalie.

-¿Puedes hacer el favor de explicarme qué está pasando? –Ryans se puso en pie.

-Rosalie Baker -comenzó a leer su ayudante-, diecisiete años, trastorno mental, esquizofrenia diagnosticada. Esté medicada o, al menos, lo estaba.

-Traedla a comisaría inmediatamente.

-A sus órdenes.

Cuando su ayudante abandonó el despacho, el agente Ryans comenzó a cavilar. ¿De verdad Jeremy Baker se había entregado voluntariamente, afirmando ser culpable, para cubrir a su hermana? Los hermanos se pelean, comparten bromas o secretos, se chinchan…, pero uno no se acusa de asesinato para encubrir al otro.

Sin embargo, todo encajaba: la falta de un móvil y las evasivas a las preguntas sobre el orden de los hechos.

Ryans se dirigió a la sala de interrogatorios. En lugar de entrar, permaneció fuera, observando cómo Jeremy Baker seguía balanceándose en la silla con su sonrisa arrogante dibujada en el rostro. Le había hecho creer que los asesinatos habían sido un reto, una prueba, para él, una forma de averiguar hasta dónde era capaz de llegar. Basó una simple mirada para que el agente se convenciera de que Jeremy Baker no era un asesino. Era un hermano preocupado.

Llevaron a Rosalie Baker a la comisaría. El interrogatorio fue rápido y grabada su confesión. La internaron en un centro mental al sur del país.

Jeremy Baker fue puesto en libertad.

-¿Ni siquiera se le acusa de obstrucción a la justicia? -preguntó el ayudante sorprendido, observando como Jeremy, abatido, bajaba la escalinata de entrada de la comisaría.

-No -respondió el agente Ryans-. Jeremy Baker no es un criminal.

-Pues no lo entiendo.

El agente Ryans suspiró mientras archivaba el caso en la carpeta en la que pasaría al olvido.

-Son cosas de hermanos –le dijo.