III Edición
Curso 2006 - 2007
Creces
José Sánchez de León, 17 años
Colegio El Prado (Madrid)
La noche, ya de por sí oscura, lo es todavía más debajo del edredón. La ventana está empañada y no permite distinguir los cuerpos del exterior. La niña resguarda un pie despistado en la bolsa de calor que queda entre la cama y las sábanas, guardando mucho cuidado de no dejar ningún hueco por el que pueda colarse el frío. Cuando saca la cabeza de su refugio, comprueba que su hermana está dormida. Suspira y se queda contemplando cómo los coches, desde la calle, trasladan su ventana hecha luz por el techo de la habitación.
La primera lágrima, cuyo calor hace contraste con el frío del cuarto, casi la sorprende. Cuando la deja escapar, todas las demás, contenidas a lo largo del día, fluyen hasta colmar las cuencas horizontales de sus ojos. El techo y la ventana de luz viajera se difuminan. Un parpadeo y las lágrimas humedecen sus sienes y se le cuelan en los oídos, donde dejan un tacto húmedo. Cuando cambia de postura y se tumba de lado, una torrentera de dolor llega a sus labios, donde abandonan el recuerdo de su sal, sabrosa tarjeta de visita. Algunos mechones mojados se le pegan a la cara. Un primer gemido es corto y débil, lo justo para no despertar a su hermana, cuyo sueño, que conoce bien, es poco profundo. Ella haría preguntas y no entendería bien el porqué; todavía es un poco pequeña.
Aprieta los dientes y aplasta la cara contra la almohada para amortiguar sus quejidos. Se abandona al llanto. Sacudida a sacudida, se va desahogando. El tiempo le ha enseñado a llorar en silencio, a llorar para ella, porque sólo ella se entiende y ni siquiera eso. Con las lágrimas que van quedando en la almohada se refresca su cara, evaporándose su tristeza lentamente.
Ya de madrugada, sólo quedan hipidos intermitentes y los ojos le escuecen, ya secos. Respira hondo y se siente un poco más segura. Poco a poco y con cariño de madre, el sueño la envuelve y la arropa, la mece y la hace suya.