I Edición

Curso 2004 - 2005

Cuando el sol se oculta

Coral Cenizo, 17 años

                 Colegio Senara, Madrid  

     André, junto con su compañero Gérard, había llegado a Rusia hacia apenas dos días. Enviados por uno de los periódicos más importantes de Francia, su trabajo consistía en informar acerca de los gulag. En una sorprendente maniobra realizada en el XX Congreso del PCUS, diversos líderes comunistas denunciaron la política de Stalin y repudiaron sus efectos. Ayudados por Émile, su contacto en Rusia, debían realizar un elaborado reportaje acerca de los campos de concentración comunistas. El primer campo era Irkutsk: constaba de bloques, barracones y tiendas de campaña rodeados por torres de control y fuertes alambradas. Los soldados que custodiaban la entrada permitieron el paso al coche sin hacer ninguna pregunta. Estaban en el auge de la desestalinización, en el que todas las personas, extranjeras o no, que pudieran mostrar al mundo aquellos errores que Stalin realizó en la URSS eran bienvenidas.

     Todos los barracones estaban desiertos. Los pocos muebles que aún había, se encontraban rotos. Gérard entró en una de las habitaciones mientras André visitaba el comedor. Gérard observó todas aquellas camas y se intentó imaginar el sufrimiento de aquellas personas. Los campos de prisioneros en Siberia absorbieron millones de víctimas, destinadas a vivir bajo un duro sistema de trabajos forzados. Mientras paseaba entre las camas, Gérard se fijó en una de ellas. Las baldosas del suelo estaban levantadas y se podía observar la tierra batida. Entre aquel barro destacaba un pequeño pliego de papel. Gérard, intrigado, lo desenterró con cuidado, descubriendo que no era un papel en blanco sino que parecía una carta, por lo que se acercó a la ventana para poder leerlo con mayor claridad. Sin embargo, las letras estaban prácticamente borradas y el idioma no era ruso sino italiano. Entusiasmado por su descubrimiento, corrió hasta donde estaba su compañero para enseñarle su descubrimiento.

     -¿Dónde lo has encontrado?- preguntó sorprendido André cuando tuvo el papel en sus manos.

     -En las habitaciones. Parece italiano ¿no?-preguntó Gérard- ¿No crees que sería interesante saber qué pone?

     -Sí. Podríamos preguntarle a Émile si conoce a algún traductor.

     Continuaron con su trabajo durante un par de horas más. Tomaron fotografías y anotaron datos importantes en sus cuadernos. Cuando finalizaron, se dirigieron de nuevo al exterior y preguntaron a Émile, que había vivido una temporada en Italia, si era capaz de traducir aquella nota.

     A la mañana siguiente, Émile les esperaba en la terraza del hotel con la traducción. Gérard y André se sentaron en la terraza junto a su contacto en Rusia, que comenzó a leer la carta:

     <<URSS, 1950: Mi nombre es Nikolái Ivánovich. He sido detenido y encarcelado en este campo de Irkutsk, acusado de traidor. Todo comenzó cuando conocí a Víktor Nevski, un joven poseedor de una gran fortuna dispuesto a fundar una empresa en Leningrado. Víktor me contrató poco tiempo después de mi llegada a la URSS y me nombró su secretario personal. Un día la policía política irrumpió en el edificio, dirigiéndose hacia la parte trasera. Encontraron a un hombre al que fusilaron allí mismo. Después, tras asegurarse de que no había nadie más, se dirigieron a Víktor. Con palabras formales y respetuosas, poco propias de la policía política, le explicaron que había entre sus trabajadores un traidor al que debían llevarse enseguida. Víktor parecía comprender la situación y asentía en silencio. Mostraba un gran peso en su interior que, por algún motivo, no podía revelar. La policía le mostró una orden en la que, según el gobierno, debían llevarse al traidor, acusado de haber escondido durante dos años a disidentes. Ese traidor era Nikolái Ivánovich, es decir, yo. Cuando escuché mi nombre no pude dar crédito y, sin embargo, así era. Jamás había escondido a disidentes. Era inocente. ¿Porqué yo? No lo sé. He escrito esa carta para que, algún día, una persona descubra la verdad y logre dar una explicación a este malentendido. A mí no me queda tiempo... Adiós Alexandra>>.

     Los dos periodistas guardaron silencio.

     -No sé si lo que cuenta Nikolái en esta carta es cierto pero lo que sí es verdad es que fue ejecutado hace varios años. Cuando llegué a este pueblo acababa de ser fusilado. La gente le trataba como a un auténtico traidor. Le insultaban cada vez que oían decir su nombre- informó Émile.

     -Deberíamos hablar con su mujer. Si esta carta fue escrita en 1950, quiere decir que han pasado quince años y puede que Alexandra esté viva. Además, se merece leer la carta de su esposo- dijo André.

     Decidieron preguntar a los vecinos del pueblo para encontrar a la mujer. Sin embargo, lo que decía Émile era cierto. A pesar de haber transcurrido tantos años los vecinos seguían considerando a Nikolái como un traidor. Lograron descubrir que Alexandra vivía en una pequeña choza a las afueras del pueblo. Los tres hombres llegaron a la vivienda cuando anochecía. Alexandra, en un principio, se negó a abrirles la puerta pero tras mostrarle la carta de su difunto marido, les permitió el paso. Tras narrarle todo lo sucedido y entregarle la carta, Alexandra comenzó a hablar de su esposo mientras lloraba. Ella también estaba convencida de que Nikolái era inocente y por ello había vivido un auténtico infierno. Los habitantes del pueblo la acusaron también a ella de traición por defenderle e incluso acudió la policía política. Pero al no tener pruebas, la dejaron en libertad. Desde entonces había vivido aislada del pueblo, subsistiendo gracias a los alimentos que ella misma cultivaba.

     Aquella noche Émile telefoneó a Leningrado y descubrió que Víktor Nevski aún vivía, pero en Moscú. Con aquella información, André y Gérard decidieron visitarle. Sabían que aquello no formaba parte de su trabajo, pero en ellos se despertó un deseo por descubrir la verdad. Nikolái podía estar mintiendo, pero algo les decía que no. Tal vez era el destino, que les había elegido para llevar a cabo el último deseo de aquel hombre. No podían negarse. En cualquier caso, Víktor Nevski era el único que conocía la verdad.

     Tomaron de nuevo el tren transiberiano y llegaron a Moscú tras varios días de viaje. Acompañados por Émile lograron encontrar la casa en la que vivía Víktor. Pero aquella vivienda era una mansión situada en el centro de la ciudad. Émile concertó con el secretario de Víktor una cita. Tras dos días de espera, fueron recibidos por él.

     -¿En qué puedo ayudarles?- preguntó Víktor en francés, aunque con un fuerte acento ruso.

     -Somos periodistas y estamos interesados en un hombre que estuvo trabajando con usted -dijo André-. Se llamaba Nikolái Ivánovich.

     -Aquel desdichado... -murmuró. La sonrisa alegre de Víktor se transformó en una mueca.

     -Estamos interesados en saber cuál fue el motivo de su detención y muerte -informó Gérard mientras tendía a Víktor la carta de Nikolái.

     -Ciertamente fue una historia desagradable –comentó al leer la carta-. Yo soy hijo de uno de los dirigentes más importantes del partido soviético. Mi padre era un férreo partidario de Stalin pero yo me mantuve siempre al margen. Para guardar las apariencias, mi padre me obligó a trasladarme a Leningrado, lejos de donde se encontraban los dirigentes del partido, evitando así que nadie supiese mis inclinaciones políticas. Allí cree mi primera empresa, en la que entró a trabajar Nikolái Ivánovich. En la parte trasera escondía a los disidentes que huían de la capital. De esta forma, y en contra de lo que mi padre deseaba, continué con mis ideas políticas. Pero un día la policía se percató de mi colaboración con disidentes y decidió detenerme y trasladarme a un gulag. Pero mi padre, haciendo uso de la influencia que poseía, logró liberarme. Sin embargo el asunto había llegado más lejos de lo que pensábamos. Si descubrían en el partido que yo había sido deportado a Siberia, mi padre se hundiría. Así que mi padre necesitó un chivo expiatorio al que acusarían de mi delito. Eligió a una persona que estuviese cerca de mí, es decir, Nikolái Ivánovich. En aquel momento, se me obligó a guardar silencio. Intenté buscar a Nikolái tras la muerte de Stalin, pero ya había fallecido. Como ven –suspiró-, han muerto inocentes. Si pudiese hablar con Nikolái, me gustaría pedirle perdón. Tal vez no sea suficiente, pero...

     Un gran silencio invadió la sala. André meditaba en silencio. Nikolái había sido una de tantas víctimas inocentes de los campos de concentración. ¿Quién era el responsable? Era difícil encontrar un culpable entre tantos sospechosos. Aquella muerte era el resultado de un sistema injusto.

     Dos meses después, André leía el periódico en su casa de París. Aparecía el reportaje de los campos de concentración que realizó junto con Gérard. En la parte inferior de la página había un pequeño artículo que realizaron Gérard y André tras su regreso de Rusia, dedicado a Nikolái Ivánovich, titulado ''La injusticia de la justicia''. Es posible que el deseo de Nikolái se cumpliera, ya que la justicia es un valor intemporal. André volvió a releer el artículo. Sabía que en Rusia una mujer lloraba de felicidad y un hombre se sentía aliviado, porque el nombre de una persona buena nunca desaparece, ya que nuestros actos construyen lo que somos y seremos.

     André pensó en el padre de Víktor. Tal vez aquel hombre nunca se percató de que las riquezas ganadas a base de injusticias son efímeras. Su mayor error, como representante del gobierno de un país que debía velar por la verdad, fue no actuar de igual forma con alguien allegado que con alguien a quien no conocía.