VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Cuando languidezca el sol

Pilar Martínez, 13 años

                 Colegio Montespiño (La Coruña)  

Qué guapo estás al despertar, con el pelo revuelto y esos ojos soñolientos y ojerosos que me provocan una sonrisa. Me besas en la frente mientras me das los buenos días y yo te deseo un buen día de trabajo. Te levantas diligente a desayunar pero, cuando al poco rato yo te imito, tú ya no estas allí. Me voy corriendo a la ventana y entonces te encuentro esperando un taxi. Y cómo si hubieses leído mis pensamientos te giras, me sonríes y me saludas alegremente con la mano, con esa mirada de niño bueno. A continuación te metes en el vehículo. Yo continúo pegada a la ventana hasta verte desaparecer entre la lluvia. Los últimos recuerdos que me quedan de ti son los de anoche cuando, entusiasmado, me contabas lo que ibas a hacer en tu trabajo y tus próximos proyectos mientras que, con tu cara me prometías éxito total. Siempre he admirado tu actitud al ir al trabajo, muy diferente a la que traes cuando vuelves.

Cuando, cómo cada día, te espero leyendo un libro, oigo un taxi. Dejo de inmediato lo que estoy haciendo y me dirijo a la ventana que hay justo al lado de la puerta. Pero lo que veo a través del cristal es una cara de decepción y cansancio. El día no ha sido cómo tú esperabas, ni mucho menos. Abro la puerta y me lanzo a tus brazos mientras tú me besas con inmensa ternura en el cuello. Me coges de la mano y entramos juntos en casa. Tú te dejas caer sobre una silla, derrotado y abatido, pero yo ya sé cómo animarte.

No han pasado ni veinte minutos y ya nos encontramos en el salón, sentados el uno junto al otro, viendo nuestra película favorita con dos cuencos de palomitas entre las manos. De repente me lanzas dos palomitas a la cara y después yo te imito, y así, seguimos lanzando palomitas sin parar de reírnos. A continuación toca decidir quién recoge aquel campo de batalla, pero decidimos hacerlo juntos ya que más que un trabajo es una diversión. Cuando acabamos, nos acomodamos en el mismo sillón y nos recordamos lo mucho que nos queremos y a la vez lo mucho que nos necesitamos.

De repente miro a través de la ventana y contemplo, embelesada, el hermoso paisaje que se presenta con el sol poniéndose, bañando con una luz cálida todo cuanto está cerca de él. Y pienso en ti.

Pero cuando me quiero dar cuenta, me encuentro sentada en el mismo banco de siempre, contemplando aquella imagen que tan bien conocía. Porque siento que de algún modo me devuelve la paz que un día perdí con aquel choque frontal sin supervivientes. Yo sin ti.

Te esperaré como cada día, en el mismo lugar, cuando languidezca el sol.