III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Cuando no hay sobre
qué escribir

Elvira Oliva López, 16 años

                  Colegio Aura (Tarragona)  

    Me siento en el sillón negro y desgastado de mi padre. Enciendo el ordenador. Voy al programa de Word y empiezo a escribir. Dejo correr mis dedos sobre las teclas, que sean ellos los que creen un mundo por mí.

    Está lloviendo. Llevan ya unos cuantos días así, medio nublado medio soleado. No sé si coger el paraguas, si dejarlo, si lloverá o hará sol. Es un tiempo de confusión. Oigo desde el despacho a mi hermana y a una amiga suya cantar con la guitarra. No son muy buenos los acordes y de igual modo suenan sus voces.

    Él no me llama, no me hace perdidas ni me envía mensajes. Lo sé; otra chica ocupa su corazón. Pero es tan difícil olvidar a un amigo de verdad, de esos que no te lanzan veneno ni malos consejos, en los que puedes confiar, de esos que te preguntan cómo estás mirándote a los ojos. Quién sabe si durará con ella. Aún creo en los milagros…

    Mi mente se queda en blanco. Se le agotaron las ideas. Mis dedos se quedan inmóviles encima del teclado, no escriben. Miro por la ventana y pienso en mis amigas, en el colegio, en Joaquín, en mis padres... ¿Sobre qué escribir? Hay tantos temas y, a la vez, no hay ninguno. Y entonces llega, ya está aquí de nuevo la inspiración, rebelde y revoltosa, a la que tanto cuesta tener encerrada.

    Ayer estuve hablando con un viejo amigo. Él es mayor que yo. Me pidió como un favor que quedáramos a tomar algo… “Pero, ¿tú no tienes novia?”. Entonces me di cuenta en lo bien que va el mundo. Entendí en ese momento el empeño que ponen los padres cuando quieren que les hagamos caso en sus muchas recomendaciones. Y pensé, ¿qué sería yo sin ellos? ¿Quién no tiene que agradecerles la felicidad, su nombre, la vida…?

    Poco a poco se va llenando el papel. Me pregunto si he escrito sobre algo y no sé por qué me viene a la mente mi profesora de Lengua. Siempre la he considerado una buena profesora, exigente y a la vez comprensiva y buena, empeñada en que aprendamos a escribir.

     Hecho un vistazo a mi escrito. Hago unas cuantas correcciones. No es un mundo ideal, pero, ¿cuál sí? En una ocasión, una profesora de Inglés nos dijo que una palabra, una simple frase eran un montón de posibilidades a las que hay que buscar sitio para convertirlas en un paraíso. Y yo le pregunté, ¿quién se encarga de encontrarles ese lugar? Ella contestó: “Tú, con empeño e ilusión”. Voy a dejar, pues, que sean mis dedos los que nos conduzcan hasta ese mundo, los que, con empeño e ilusión, le pongan el punto y final.