III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Cuando todo se olvida

María Jesús Tardío, 17 años

                  Colegio Puertapalma (Badajoz)  

    Aquella noche no pude dormir, así que me acerqué a la habitación de mamá y papá. Pero no entre. Oí a mamá llorar. Mi padre la consolaba. Hablaban de la abuela. ¿Qué le pasaba a la abuela?

    Fui después al cuarto de Dani, mi hermano mayor. Aunque era muy tarde, se quedaba en su cama leyendo tebeos con la lamparilla de la mesilla, para que no le pillaran.

    -Dani – le llamé-. ¿Estás despierto?

    -No. Acabo de dormirme.

    -¿Puedo entrar?-insistí.

    -Qué remedio...

    -¿Tú sabes que le pasa a la abuela?

    - Nada -me contestó.

    -Si no le pasa nada, ¿por qué llora mamá?

    -A la abuela no le pasa nada. Te habrás imaginado lo de mamá. Anda María, vete a dormir.

    Yo no me invente nada. Seguro que Dani tampoco sabía nada. Tan solo tiene dos años más que yo.

    Me iba a mi cuarto cuando, al pasar por una habitación, vi a la abuela sentada en su cama con la mirada perdida. Entré y ella me miró.

    -Hola, corazón. ¿Cómo te llamas?

    ¿Cómo podía ser que mi abuela no se acordara de mi nombre? Pensé que estaba jugando.

    -Mi nombre es María. ¿Y el tuyo?

    -Me llamo Candela -sin dejar de sonreír, prosiguió-. Tienes un nombre muy bonito, María.

    De pronto, mamá abrió la puerta.

    -María, ¿qué haces aquí?. Es muy tarde.

    -Estaba jugando con la abuela- le contesté.

    -La abuela tiene que dormirse. ¡Venga todos a la cama!

    Mamá me cogió de la mano y me llevó a mi habitación. La abuela se quedó en su cuarto, con la mirada perdida.

    Al día siguiente, como cada mañana, entró el profesor en el aula. No estuve muy atenta en clase. Me venían a la cabeza mi abuela y mi madre, pero sobre todo mi abuela. Cuando volví en mí, ya sonaba el timbre.

    -Marta –le rogué a mi compañera de pupitre-, ¿me puedes decir qué ha mandado de deberes?

    -Tenemos que escribir sobre una persona de nuestra familia.

    Pensé enseguida en mi abuela. Antes vivía con mi abuelo, muy lejos de la ciudad, pero mi abuelo murió y ella lloraba mucho. Mis padres también. Yo me sentía triste.

    Cuando llegue a mi casa, merendé y después cogí unas hojas y lápices de colores para empezar a escribir sobre ella. Cuando entró Dani, me quitó el folio para reírse.

    -La abuela ya no es así.

    -¡Claro que sí! –repliqué.

    -Si tú lo dices… Hagamos la prueba. Vamos a leérselo.

    Pasamos por la cocina y mi hermano escuchó a mi madre llorar. Mi abuela estaba en el sofá del salón, y mi padre intentaba calmarla.

    -¡Socorro! –gritaba ella-. Me quieren hacer daño. ¿Quiénes sois? ¿Dónde está mi familia?

    Estaba muy asustada. ¿Cómo podía no acordarse de nosotros? Ni de mamá, su hija, ni de papá, que tanto la quería, ni de Dani, ni de mí. No se acordaba de nada. Me senté junto a ella.

    -Tranquila abuelita. Soy yo, María.

    Mi abuela me pregunto:

    -¿Qué hago aquí? ¿Cómo me llamo?

    -¿No lo sabes?

    -No me acuerdo -reconoció.

    -¿De nada? -le pregunte nuevamente.

   -¿De quién es esta casa? ¿Quién vive aquí? 

    -Nosotros, tu familia. Tú también vives aquí.

    -¿Yo...? ¿Cómo te llamas, pequeña?

    -María, abuelita.

    -¡Que nombre tan bonito! ¿Sabes cuál es mi nombre?

    -Candela – le respondí.

    -¿Y por qué lloras María?

    -Porque mi abuelita no se acuerda de mí.

    -¿No se acuerda? Tú tranquila, seguro que tarde o temprano se acordará.

    Al cabo de un rato entraron unos hombres que querían hablar con mi abuela. Papá me pidió que me fuera a la cocina con mamá. Aquellos hombres, que eran médicos, le hicieron después una serie de preguntas a mis padres.

    -Mamá- dijo Dani- ¿qué pasa?

    -Desde que el abuelo murió, la abuela, cada día que pasaba, iba olvidando algo. Parecía que viajaba sin moverse. Empezó olvidándose de dónde ponía las cosas. Ahora no sabe ni quién es.

    -¿Y esos médicos no la pueden ayudar? -inquirí.

    -Eso es lo raro- dijo mamá.

    -¿Por qué? -preguntamos Dani y yo.

    -Aseguran que conoce su nombre e incluso el de los que vivimos aquí. ¡No lo entiendo! Dicen que no le pasa nada. ¡Oh, Dios mío! ¿Me estaré volviendo loca? ¿Seré yo la que ha cambiado desde que se fue el abuelo?

    Papá me miró:

    -¿Por qué lloras María?

    -Lo siento. Yo sólo quería curar a la abuela, que se acordara de nosotros.

    - No te preocupes. Gracias a ti la abuela se acordó, por unos instantes, de quién es. La hiciste sonreír y recordar.