XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Cuentos de niños 

Fernando Diz, 17 años 

Colegio Tabladilla (Sevilla) 

Navegando por las redes he encontrado una interesante reflexión: un hombre pregunta, acosado por la inseguridad sobre sus propias acciones, si es normal disfrutar de los cómics que lee a sus hijos y de los dibujos animados que ve con a ellos en el televisor. Para mi satisfacción, los comentarios que encontré a continuación estaban llenos de mensajes positivos que, en resumen, afirman que no existe edad para disfrutar de las cosas buenas.

Este tipo de dudas, por desgracia, asalta a muchas personas que terminan por abandonar sus aficiones. Leer, dibujar, ver películas infantiles o practicar algún deporte minoritario, entre otras muchas cosas, son actividades poco comunes, las que nos hacen únicos. Si cada persona aportara sus particularidades al mundo en vez de esconderlas, la monotonía se llenaría de luz.

Los escolares solemos relacionar madurez con rebeldía. Algunos adolescentes piensan que hacer lo que no se debe es la manera de ser adulto, lo que no puede estar más lejos de la realidad, ya que madurar conlleva distinguir lo que se debe hacer de lo que no. Madurez es seguir tu camino, lo que incluye los gustos que nos acompañan desde la infancia más tierna, pues madurar no obliga a desprendernos de todo rasgo infantil. Nuestros gustos van cambiando, claro, pero hay libros que no me canso de releer, pues en esas nuevas lecturas puedo analizar matices de la trama, de la evolución de los personajes y de las distintas peculiaridades que se encierran en el argumento. Algunos los leo periódicamente desde que tengo diez años, con lo que mi crecimiento se refleja en la manera de ver las mismas cosas a medida que pasa el tiempo.

C.S. Lewis, autor de Las Crónicas de Narnia, afirmaba: <<Estar preocupado por ser adulto, admirar la madurez porque es madurez, sonrojarse ante la sospecha de ser infantil; son las señas de la niñez y de la adolescencia. [...] Cuando tenía diez años, leía cuentos de hadas en secreto y me habría avergonzado si me hubieran encontrado haciéndolo. Ahora que tengo cincuenta, los leo abiertamente>>. De alguna manera, el autor británico demuestra que las bases de la persona se configuran desde la cuna. Por tanto, cada fase de la vida es fundamental para poder responder a la pregunta <<¿quién soy yo?>>. La necesidad de parecer adulto no es sino un rasgo de inseguridad, pues madurar conlleva aceptar los dones recibidos, agradecerlos y tratar de aprovecharlos, y no pretender constantemente ser aceptado por los demás.