V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Cuestión de segundos 

Lupe Prieto, 17 años

                     Colegio Vilavella (Valencia)  

El sonido de sus pasos apresurados jugueteaba por la calle 36. Se dirigían a la estación en busca del último metro.

Nuria vestía un polo rojo de marca y unos tejanos pitillo algo desgastados. De vez en cuando disminuía el ritmo por el peso de la bandolera que colgaba de su hombro.

Llegó cansada a la estación. Había sido un duro día de estudio en la universidad. Bajó las escaleras y comprobó que aún faltaban cinco minutos para que llegara su tren. Rebuscó en el bolso, pero había olvidado su Mp4. Se distrajo observando a cuantos esperaban en el andén de enfrente. Había una mujer morena haciendo carantoñas a su pequeño, un hombre mayor cuya vista estaba clavada en un periódico gratuito, dos adolescentes parloteando ruidosamente sobre temas banales y un grupo de chicos vestidos de forma desaliñada.

Un tren la interrumpió. Todos se subieron. No era el suyo. En unos minutos llegó otro. Tampoco éste la llevaba su destino.

La gente entraba y salía con prisas por todas sus puertas. Los que bajaron del último metro desaparecieron en unos instantes. Todos menos un hombre de color, de unos treinta años, que cargaba una mochila en la espalda. Miró hacia todas las direcciones hasta fijar la vista en ella. Nuria, asustada, agarró su bolso con fuerza y desvió la mirada, convenciéndose de que si no se cruzaban sus ojos, él se olvidaría de que ella estaba allí.

Pero de pronto escuchó cómo se le acercaba. El corazón se le aceleró hasta el punto de prepararse para salir corriendo, pero los nervios la dejaron paralizada.

***

Lamin descubrió en Nuria un gran parecido a la imagen que guardaba de su hija. No podía apartar la mirada de ella. Había llegado a España en busca de un empleo para sustentar a los suyos, que se habían quedado en su país natal. Así que llevaba mucho tiempo sin ver a su hija y al resto de la familia. Tan solo contaba con recuerdos que, sin quererlo, se van difuminando con la distancia y el tiempo.

-Excusez-moi, parce qu'échelle je dois monter pour aller à la rue numéro 36?

Aquellas suaves palabras calmaron a Nuria de tal forma que no pudo evitar sonreírle antes de indicarle la dirección.

Llegó el metro. Nuria subió. Estaba sorprendida de sí misma, de la espontánea capacidad que tenemos para prejuzgar a los demás.