VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

De chocolate

Maria Guerrero, 14 años

                Colegio Guaydil (Las Palmas)  

Las olas les empujaban lentamente mientras ellas lanzaban al infinito miradas cargadas con el anhelo de un imposible. Un grito partió el silencio del pequeño bote. Tania agarró el vestido que su madre llevaba puesto. El olor a tierra que tenía le gustaba, le recordaba a su aldea.

-Mamá, ¿qué pasa?

-No mires cariño, y quédate aquí. Necesitan mi ayuda.

Los ojos de la niña se clavaron en el horizonte mientras unos sollozos agónicos se le clavaban en lo más profundo.

-Da respiraciones cortas, cariño, y empuja un poco más.

La voz de su madre le transmitió paz. El sol empezaba a caer. La buscó con la mirada y no la encontró. Los hombres se movían de un lado a otro de la embarcación, tratando de estabilizarla.

-¡Se ha abierto una vía! -gritó uno de ellos con angustia, tratando de taponar un boquete en la madera-. Necesito un trapo.

-Toma -otro hombre le ofreció su camisa hecha jirones.

Tania estaba nerviosa, el sol calentaba exageradamente. Sentía su sangre hervir.

-Ya está.

Tania se abalanzó para ver a la nueva criatura. La parturienta tenía los ojos cerrados. Sus facciones eran duras y unos profundos surcos bajo los ojos destacaban su cansancio. Agarró con fuerza la mano de la niña y le susurró al oído, de tal forma que solo ella pudo escucharlo:

-Cuídamela.

El corazón de Tania se sobresaltó. Justo en ese instante, el barco se empezó a mover más y más, tambaleándose de un lado al otro. Arrancó a la niña dormida de los brazos de su madre y cogió el único flotador que había en la barca. Se lo ciño a la cintura y le dijo a su madre:

-Mamá, vámonos.

-Yo no puedo, debo ayudarla.

-Se ve la tierra firme -señaló al horizonte con la barbilla, puesto que sus brazos aferraban al bebé.

-Tienes que ir tu y avisarles… ¡Corre!

-Pero…

-¡¡Corre!!

Contuvo la respiración y se lanzo al agua. Apenas había unos metros hasta la orilla, pero se le antojaron kilómetros. La pequeña no dejaba de llorar y oía los lamentos de sus compañeros de viaje a la vez que abrazaba con más fuerza su carga. Un barco con una cruz de color rojo se les acercó y les acogió en cubierta. Un joven les sonrió, cubriéndoles con una manta. Cuando sus ojos se posaron en el bebé, la expresión del médico cambió instantáneamente. Tomó a la niña pequeña y se la llevó para examinarla. A Tania le hubiera gustado decirles muchas cosas, pero un profundo sueño la invadió y se quedó dormida.

Despertó en un hospital y a su lado estaba el bebé. Llamó a la chica del final del pasillo con un gesto; sus manos estaban llenas de tubos.

-¿Qué quieres, preciosa?

No entendía lo que le estaba diciendo, aunque sus ojos se movían con angustia, como si buscaran a alguien querido.

-Mira cielo, tu mamá… Ella… Lo siento, mi amor -la abrazó.

Tania no pudo evitar que las gotas del recuerdo cruzaran sus mejillas; lloró en silencio. Parpadeó un par de veces y alzó la cabeza. Señaló la cuna que estaba junto a la suya, dónde descansaba el bebé.

-La pequeña también ha tenido problemas… Verás cielo: nació en un mal momento y el sol la cegó. Nos escucha y ha sonreído unas pocas veces, pero no podrá ver.

La enfermera le ayudó a incorporarse para acercarle hasta la cuna. Tania acarició el rostro de la niña, que estaba dormida, y susurró:

-Yo cuidaré de ti.

***

-Estoy nerviosa, nunca antes lo había hecho.

-Tranquila -le dijo la monitora.

Cruzaron la sala y les recibieron gritos de euforia. Al fondo una niña de color movía una silla de ruedas.

-¿Cómo te llamas?

-Tania.

-¿Qué estás haciendo?

-Jugar con Lena.

-¿Quién es Lena?

-Ella.

Entonces vio a una niña que sonreía al sol.

- Está bien, Tania. Juguemos las tres.

Le gustaba participar en la alegría de sus dulces amigas de chocolate.