X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

De los nervios

Anna Hohnrath, 16 años

                  Colegio Senara (Madrid)  

Son muchos los momentos de la semana en los que el estrés se convierte en nuestro peor enemigo. Sobre todo en época de exámenes. Y nos hará un flaco favor en nuestras calificaciones si no sabemos cómo controlarlo.

A la hora de afrontar un examen solemos ponernos nerviosos porque desconocemos qué nos van a preguntar, no tenemos seguridad de que vayamos a saber contestar a lo que nos piden y aumenta nuestro miedo a fracasar. No obstante en la mayoría de los casos, una vez nos dan las preguntas, el cuerpo se destensa y nos relajamos. La seguridad en uno mismo es fundamental. Eso dice mi madre y, la verdad, estoy empezando a conciliarme con sus teorías.

Muchos coincidiríamos en este retrato de los momentos anteriores a un examen: nos mordemos las uñas, hacemos un repaso previo que acaba siendo un completo embrollo, nos enrollamos mechones de pelo con el bolígrafo, nos lo arrancamos o llevamos las puntas a la boca, nos crujimos los dedos y el humor se nos tuerce, hasta el punto de aislarnos. Como consecuencia, esto puede producir quedarnos en blanco, mezclar conceptos o sufrir una imprevista descohesión gramatical, lo que hace que nuestro estrés crezca aún más.

¿Merece la pena ponerse nervioso? ¿Resulta útil? ¿Mejora nuestros resultados académicos? Se trata de un elemento psicológico sobre el que no tenemos dominio, pero debemos plantearnos si nos beneficia reaccionar de esta manera.

Hay que ponerle remedios, ejercitar un mejor control sobre nosotros mismos, ser pacientes, respirar profundo, emplear técnicas de relajación y, muy importante, tener seguridad en los frutos de nuestro esfuerzo.