VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Decisión final

Fernando Vílchez, 16 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

-Salid de aquí.

-Pero, capitán...

-Sólo quedan treinta segundos, !Es una orden!

-Está bien.

Sus hombres salieron de la habitación. Sin embargo, su segundo al mando le miró por última vez.

-Es usted un buen hombre, capitán.

-Lárgate, por favor. Y no te olvides de decirle a mi esposa que la quiero o me apareceré en tus sueños hasta que te mueras.

Su segundo se marchó del edificio. Miguel Paz no podía dejar de sudar. Estaba muerto de miedo. Se consoló pensando que, al fin y al cabo, sabía que podía morir así desde que entró en el departamento de explosivos de la policía.

Dos horas antes, les habían llamado por una amenaza de bomba en un edificio en ruinas. El asunto era, de por sí, extraño. Una vez dentro, el inspector González le explicó la situación.

-Hay cinco bombas en todo el edificio. Dos en el piso de arriba, dos en éste y una mucho más grande en el sótano.

-Una detonación en cadena -dijo Miguel-. Una vez explote la mayor, explotarán las pequeñas. Normalmente es así como se produce la demolición de un edificio. El problema es que, para desactivar la mayor, antes hay que desactivar las pequeñas.

-¿Podrán hacerlo?

-Mi equipo nunca falla, inspector. Salgan de aquí. Nos encargaremos nosotros.

Una vez la policía salió del edificio y acordonó la zona, los hombres de Miguel comenzaron a desactivar cada una de las bombas. Mientras tanto, éste esperaba en el sótano, listo para neutralizar la principal. Sin embargo, todo se torció.

-Señor, aquí ocurre algo extraño- le dijo su segundo a través del walkie.

-¿Qué ocurre, Garrido?

-Las bombas están colocadas en sitios poco estratégicos. Ni siquiera este edificio sería demolido con la explosión de todas las bombas.

-Seguid en ello...

Miguel no lo entendía. Estaba claro que las bombas pequeñas dependían de la principal, pero alguien que había montado un sistema de explosivos como aquel no podía equivocarse de manera tan absurda. Y, cuando quedaba un minuto, cayó en la cuenta.

El radio de acción de la bomba mayor era de más de cien metros. Por eso era tan grande. Eso quería decir que había más bombas conectadas a la principal, pero en otros edificios, posiblemente de oficinas. Y ya no había tiempo para desactivarlas.

Sus hombres ya habían abandonado el edificio. Quedaban veinte segundos. Miguel cogió unos alicates. Quince. La bomba principal debía de tener un cable por cada una de las bombas pequeñas. Si los cortaba todos, sólo estallaría la bomba principal. Diez. Pero también podía desactivar la bomba; le daría tiempo. Así, él se salvaría. Sin embargo, las bombas restantes explotarían. Podrían morir cientos de personas. Cinco. No podía parar de sudar. Colocó los cables entre los alicates. Cuatro. Cerró los ojos. ¿Qué sentiría?. Tres. Pensó en su familia. No los volvería a ver. Dos. Ya no cumpliría sus sueños. Uno. Cortó los cables.