II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Deje, deje. Si no va a ser feliz

Alonso Gil-Casares, 16 años

                 Colegio Retamar (Madrid)  

    Hace unos años, leí en el periódico un artículo que, como poco, me sorprendió. Hablaba de un señor americano que tenía una hija con síndrome de Down, y porque “no iba a ser feliz” con esa enfermedad, estando ella dormida en su cuna, le había cortado el cuello.

    La imagen es macabra y poco lucida, ya lo siento, pero se trata de la cruda realidad.

Declaró el crimen brutal a la policía, que lo llevó a prisión, y a los pocos días se celebró el juicio. Y lo más curioso de todo fue que salió no ya impune, sino arropado por los aplausos de todo el tribunal. El motivo de tal victoria fueron sus declaraciones:

    -Yo quería muchísimo a mi hija, y porque la quería con todo mi corazón no pude aguantar verla sufrir, porque sabía que iba a ser una infeliz toda su vida. Por eso la maté, y se que ella, donde esté, me lo agradece.

    Y, entre sollozos, concluyó:

    - ¡Te quiero Lucy!

    Como ya he dicho, salió absuelto entre aplausos. A los pocos días, en el funeral de su hija, colocó en la lápida un mensaje:

    “Tu padre que te quiso por encima de la muerte.”

    Este era, en resumen, el espeluznante artículo que leí. Y ahora os voy a hablar desde la experiencia personal. Soy el segundo de una familia de nueve hermanos, y mi padre el séptimo de una familia de ocho. Pues bien, el hermano menor de mi padre padece esta “terrible” enfermedad, obviamente desde que nació, y el primogénito de mi abuela tiene también un hijo con 47 cromosomas en sus células. Espero que con esto se aprecie que el tema lo he vivido muy de cerca. Pues bien, no comparto el crimen del padre americano. Las personas que padecen este síndrome, en lo relativo a su felicidad, son exactamente igual de receptivas, si acaso no lo son más.

    A mi tío Juanito le hace especial ilusión dirigir con una cuchara de madera, a modo de batuta, los villancicos de la familia en Navidad, y por supuesto cantar su solo en el “Adeste fideles” ante el Belén, mientras todos (primos, tíos, cuñadas…) le miramos y acompañamos en el estribillo. Le entusiasma imponer su autoridad, y para ello el día de Nochebuena se fuma el tradicional “cigarrillo delante de los sobrinos.” Y con todo, cuando alguno de los pequeños se porta mal, no duda en reprenderlo y ponerle al rincón, a contar “hasta diez”, para, cumplido el castigo, recibirle con su ancha e indulgente sonrisa.

    No quiero parecer cursi, pero mi tío siempre ha sido así, y si en su día mi abuela hubiera decidido que el niño “no iba a ser feliz”, hoy a nuestra familia le faltaría algo especial que no se describir, una suerte de “vida” y “alegría”.

    La felicidad de un individuo no puede decidirla ni predecirla otra persona, por más allegada que se encuentre. Lo único que está en sus manos es hacer lo posible porque sea feliz.