VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Delgada

Lucia Fernández Gutiérrez, 14 años

                Colegio Guaydil (Las Palmas)  

Ahí estaba ella, delante del espejo. Sus ojos reflejaban temor, pánico a la imagen reflejada. Su pelo caía suavemente por sus hombros, mientras las lágrimas le salían de los ojos. Con las manos rozó el contorno de su figura sin poder apartar la vista de aquella extraña del espejo. Al no aguantar más, salió corriendo al baño. Echó el pestillo y se arrodilló frente al inodoro. Sabía lo que tenía que hacer, ya lo había hecho más veces. Cuándo se sintió en paz consigo misma, se levantó, se mojó la cara con agua fría y se lavó los dientes para quitar aquel asqueroso sabor de su boca.

Llevaba horas escuchando la misma canción, la había puesto desde el principio tantas veces que aquella melodía se le mostraba como la banda sonora de su propia película. Su tripa sonó, se moría de hambre. Pudo oler la cena haciéndose en la sartén, y su tripa volvió a sonar. Se levantó lentamente y salió de su cuarto. Vio la puerta entrecerrada de la cocina y a su madre moviéndose de un lado a otro, mientras oía el sonido del aceite tostando unos trozos de pollo. La boca se le hacía agua. Se tumbó en el sofá y empezó su habitual zapping en la televisión. De repente, se fijó en un canal. Estaban emitiendo el desfile de la nueva colección de Armani. Se fijó en las modelos. ¡Como las envidiaba! Envidiaba su delgadez, se las veía tan guapas. Esa era su meta, poder tener la misma figura que aquellas chicas.

-¡La cena!-gritó su madre.

Se dirigió caminando cansinamente a la cocina y su madre le preguntó, con el plato con pollo en la mano:

-¿Cuántos trozos quieres?

-Ninguno, no tengo hambre, solo quiero un yogurt.

Su madre le miró con desconfianza, pero al ver como su hija le mantenía la mirada, resignadamente le dio el yogurt. Hacía tiempo que el yogurt era su alimento preferido, ya que después de tomarlo tenía que hacer menos fuerza al vomitar.

Se despertó asustada, tenía la nuca empapada de sudor frío, había tenido una pesadilla horrible. Se veía a si misma delante del espejo con muchísimos kilos de más. No pudo convencerse de que solo era un sueño. Entre la oscuridad de la noche vio a la misma chica de su sueño. Las lágrimas rodaron por sus mejillas. No lo entendía, llevaba meses comiendo lo mínimo y vomitando todo aquello que la parecía un exceso y no veía los resultados. Estiró la camiseta del pijama para intentar verse mejor, pero la imagen no cambió. Hacía tres días que solo salía de su cuarto única y exclusivamente si sus padres estaban trabajando y ya no quedaba con sus amigas. Estaba harta de que todos le dijeran que tenía que comer, que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, que era un error. Hacía una semana que no hablaba con sus padres. Todavía recordaba la conversación.

-No quiero más, no tengo hambre-dijo con voz apagada, apenas audible, después de tomar dos bocados de su plato y desmigar el resto del pescado y esparcirlo por el plato.

-Come-ordenó su padre-No te estas dando cuenta de lo que te está pasando. Estas en los huesos.

Ella le miró con sarcasmo.

-Natalia, tu padre y yo hemos decidido que iras a un centro especializado para que te traten.

-¡No estoy loca!

-Sí, llevas meses sin comer y lo poco que comes, lo vomitas… Te hemos oído, te hemos visto llorar delante del espejo-dijo su madre.

-Vas a ir, no es negociable ni discutible. Te trataran y, posiblemente, puedas salir a finales de verano-comentó su padre.

-¡No voy a pasarme el verano encerrada!-grito-¡No podéis hacerme esto…. No, no voy a ir!

Salió corriendo y se encerró en su cuarto. Ella no estaba loca, no lo estaba, no la podían encerrar. ¡Cómo podían decir que estaba en los huesos, todo eran mentiras!

Se encontraba apoyada en su maleta, mientras sus padres hablaban con la recepcionista del hospital. En ese momento comenzaban sus vacaciones de verano. Después de muchas discusiones con sus padres había aceptado que no estaba bien, que necesitaba que la trataran. Iba a pasar los siguientes tres meses encerrada, curándose, y después, según su evolución igual le daban el alta.

***

El color había vuelto a sus mejillas, sus labios volvían a estar sonrosados y sus huesos no se marcaban en cada parte de su cuerpo. Recogió sus cosas y abandonó lo que había sido su cuarto durante tres largos meses. Por fin volvía a ver la comida como algo bueno y a verse bien en el espejo. Abrazó a sus padres nada más verles y regresó a su casa.