III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Dentro de mi corazón

María Estraviz, 15 años

                 Colegio Montespiño, La Coruña  

   Querida mamá:

   Soy tu única hija, Candela, y te escribo porque te echo muchísimo de menos y quiero volver a verte. Hace ocho años ya desde que nos separamos y, sin embargo, parecen muchísimos más. El tiempo pasa muy lentamente desde que tú no estás conmigo.

   Yo estoy muy bien, a pesar de tener nuevo país, idioma, hogar, colegio y amigos. La vida en Francia es muy diferente, pero aquí la abuela y yo estamos lejos del pasado. Hace seis años que nos trasladamos y, aunque la llegada fue muy triste, nos hemos hecho a esta nueva vida.

   Recuerdo nuestra mudanza como si fuera ayer. Estaba asustada, pero decidida a salir adelante, contenta por conocer a personas de otra cultura y triste a la vez por dejar a mis amigos en Galicia. Tan solo tenía ocho años, pero la vida me había hecho madurar. Con tu imagen reciente y dolorosa en mi memoria llegue a Cataluña, primera etapa de aquel viaje.

   Barcelona me trae tantos recuerdos… El barrio en donde tú te criaste, nuestro viaje cuando aún éramos una familia feliz y unida, la lengua en la que tú me hablabas… Pero bueno, no vamos a meter los dedos en esta herida que ya cicatrizó.

   He crecido y sólo me faltan dos años para acabar el colegio y empezar la universidad. Como tenemos que vivir de la jubilación de la abuela, el dinero es escaso, así que me he puesto a trabajar, tan solo son unas horitas en un bar como camarera y unas cuantas clases particulares. No sabes que bien nos viene.

   Cuando era pequeña, me gustaba contarte todo lo que me pasaba. Ahora, a pesar de que he perdido la costumbre, quiero que sepas que tengo novio. Se llama Joan. Tiene tres años más que yo y está estudiando ingeniería. Estoy segura de que te caería muy bien.

   Al principio, los chicos me daban mucho miedo. Muchos me causaban buena impresión, pero no era capaz de confiar en ellos, pues pensaba que iban a mentirme o traicionarme, y era incapaz de permanecer con ellos a solas. Entonces me acordé de ti, de cómo me hablabas de perdonar y olvidar, como habías hecho con papá, y de seguir adelante. Tú repetías que había que levantarse siempre, que de los errores se aprende, que no podemos quedarnos estancados. Hay que seguir adelante. Tenías razón. Poco a poco fui perdiendo aquel miedo y ahora tengo muchos amigos.

   No te recuerdo muy bien, mamá. Cuando te fuiste, yo tenía ocho años. Ahora tengo dieciséis. Tan sólo conservo algunas fotos tuyas. En algunas apareces con papá, o tú sola, o con los abuelos, los tíos, primos..., o conmigo. Me da mucha tristeza mirarlas, pues en ellas se refleja lo que yo más quería y más pronto perdí: mi familia. Pero no solo siento pena, porque me causa alegría ver como, a medida que crezco, me parezco más a ti. Cada mañana, cuando me levanto, me miro en el espejo y te veo a ti. Imagino que eres tú y ese simple detalle me da fuerzas para todo el día.

   Lo siento por ponerme tan melancólica, mamá, pero quiero escribir lo mal que lo he pasado, toda la tristeza y la desilusión que ha llenado mi corazón, las lagrimas que he derramado. En el fondo, deseo abandonarlo todo, para siempre, en este trozo de papel. Quiero que sepas que, sin darte cuenta, eres la persona que más me ha ayudado a volver a empezar.

   Lo que más me llamaba la atención de tu personalidad, era esa alegría pegajosa, tu optimismo. Nunca verías un vaso vacío, sino medio lleno, por más que tu vida fuese un vaso totalmente vacío. Pero, a pesar de todo, me proporcionaste la infancia que cualquier niña puede soñar. Hiciste de nuestra casa un verdadero hogar cuando no lo era, y me ofreciste todo tu amor, aunque fueras tú la que realmente lo necesitara.

   Me enseñaste que no podemos llorar por no ver el sol. Gracias a ti aprendí a sonreír al que menos lo merecía y a preocuparme por todos, a apreciar el interior de la gente y a dar a todo el mundo nuevas oportunidades. A no quejarme, pues por mal que vengan las cosas, siempre pueden ponerse peor. Si no me hundí cuando me quede sin nada, fue gracias a ti.

   Todas las noches, antes de acostarme, rezaba para que siempre estuvieses a mi lado, pero las cosas no siempre salen como queremos. Así, en una sola noche se apagaron todas las luces de la tierra; todo se volvió oscuridad para mí. Papá había bebido de más, como tantas veces. Venía enfurruñado por haber perdido alguna apuesta, y descargó su furia contra ti.

   Aquella escena se había repetido otras veces, pero nunca quisiste denunciarle, mamá. Tenías mucho miedo y no querías perderme. Siempre perdonabas a papá, y le creías cuando te aseguraba que no volvería a beber, que aquella había sido la última vez… Pero la voluntad de papá era débil y aquella noche acabó con tu vida.

   Cada vez que pienso en él, un sudor frío me recorre el cuerpo. Me entran ganas de llorar y no puedo evitar una punzada de odio en el corazón. La noche que te quito la vida, también destruyó un poco la mía. Sólo tenía ocho años y, de repente, me encontré sola en el mundo. El viento de la muerte sopló más fuerte que nuca, nuestra familia se rompió… La vida me demostró que se puede madurar de la noche a la mañana.

P.d. No puedo acabar sin decirte que he perdonado a papá y que, desde entonces, mi corazón tiene mucha más paz. Tú le habías perdonado muchas veces, y yo no puedo ser tan egoísta como para no hacerlo.