VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Desde mi interior

Inés Fernández Moral, 16 años

                 Colegio Senara (Madrid)  

En el lugar donde vivo estoy rodeado de gente. Aunque también me siento muy solo. ¡Qué paradoja! Desde hace casi cinco años nadie me visita.

Cuando llegué, fui directo a la sala de estar. Estuve sobre la mesa de mármol principal algunos meses. Todos me miraban y ojeaban ¡Qué delicia! Pero terminaron por hartarse de mí y fui de cabeza a la habitación de Guillermo, adolescente emprendedor y alocado, amante de la noche y el mucho dormir.

Dieciocho días después fui a parar al cuarto de la colada. Fue humillante. Mi prestigio había caído en picado. Y como ya imaginé, poco después acabé en el desván, en donde me encontré con algunos conocidos y parientes.

Los días pasaban largos y oscuros. Nuestra piel dura y pétrea, cada vez amontonaba más polvo. Y si contamos con que yo era el novato y que los grupos de charla no permitían la entrada a cualquiera, aquella vida se me hizo un aburrimiento. Por si fuera poco, a menudo se reían de mí porque me consideraban inferior.

<<Ñññññ…>>. La puerta de castaño se abrió. El crujido de las escaleras centró nuestra atención. El reflejo de unas trenzas doradas se detuvo ante un espejo desdibujado. Y entonces pude verla bien: una esbelta figura, ojos esmeralda y mirada centelleante. Se aventuró a abrir el viejo baúl lleno de carcoma. Disfrazada, se reía. Aquella risa me resultaba familiar, pero un repentino suspiro me obligó a abandonar mis pensamientos a un lado. Su cuerpo descendió lentamente hasta reparar en nosotros.

Sus cándidos ojos nos miraron detallada y meticulosamente. Sus pupilas recorrieron toda la fila hasta que posó su mirada en mí. Recuerdo haberme ruborizado. Sopló sobre mi empolvada piel y exhaló mi aroma, fragancia ancestral y llena de recuerdos.

Leyó mis amarillentas páginas detenidamente. Hasta que sus luceros llegaron a la última. Sofía Suárez-Nájera. Emanó de nuevo mi olor y comprendí quien era. Se trataba de la viva imagen de las manos que me escribieron. Tardes de invierno y las canciones de “Los Pequeniques” de fondo.

Me cogió y descendimos escaleras abajo. No me dio tiempo a despedirme de los demás.

En el vestíbulo pude volver a ver la cara de la abuela Marta. Comprendí: los ensayos, las poesías y los relatos de Sofía habían sido abandonados tras su pérdida. Y en los ojos de su hija aprendí que no es un libro mejor o peor porque el escritor sea famoso. Lo importante está dentro.

Sólo tenemos que encontrar a la persona que nos sepa apreciar.