II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Destino

Carolina Cabot Pérez-Ortiz, 16 años

                 Colegio Jesús- María CEU (Alicante)  

"Hace un tiempo que comencé a pensar sobre el significado de nuestra existencia, sobre el porqué de nuestras acciones."

Tumbado en su habitación, Roy escudriñaba los secretos que podían esconderse en las sombras creadas por la luz de la vela. Hacía más de dos horas que la electricidad decidió, casi por sí misma, abandonar la estancia.

Estaba verdaderamente deprimido, a pesar de que desconocía el motivo. De lo que sí estaba seguro, es de que aquel ambiente tétrico aumentaba su sentimiento desalentador. Ni siquiera el casero se había dignado a pasar, como habitualmente hacía, para cobrar el alquiler.

"Será mejor que me dé un poco el aire. No puedo estar encerrado todo el día".

Cogió su cazadora del armario y se dirigió hacia la puerta. Una fría ráfaga de aire removió sus cabellos y le hizo sentir vivo.

Se dirigió a un parque cercano. De pequeño siempre le había gustado la naturaleza. De hecho, su sueño era ser biólogo.

"La vida está llena de desengaños", se dijo para si mismo.

Se sentó en uno de los bancos y admiró la belleza de las hojas danzando a merced del viento. A su hermana le habría encantado ese lugar. Pero ahora ya no estaba a su lado. Se había casado con su mejor amigo y, en esos momentos, estaban viajando alrededor del mundo. Se sentía muy solo.

Fueron pasando las horas y la luna alcanzó su máximo esplendor. De pronto, un rayo cruzó el cielo, provocándole un sobresalto. Miró hacia las estrellas para cerciorarse de que no había ningún signo de tormenta.

Con un suspiro de resignación, optó por marcharse, no sin antes visitar “el árbol de los secretos", como él solía llamarlo de pequeño. Se trataba de un viejo árbol retorcido, cuyas ramas más altas estaban sin hojas en todas las estaciones del año. Se asomó a la gran cavidad que tenía en un lado del tronco, únicamente para descubrir si había alguien durmiendo dentro.

Una muchacha de cabellos negros y con la tez de un blancor alarmante, apareció desde la profundidad del tronco.

-Señorita, ¿se encuentra bien? -le preguntó al tiempo que le tocaba suavemente una de sus manos.

La chica abrió los ojos lentamente, como si hubiese despertado de un sueño pesado. Esos ojos llamaron la atención de Roy, no por ser bellos, sino porque estaban tocados por un color violeta que, a la luz de las farolas, adquiría una leve coloración ambarina.

-Disculpe, es muy tarde para que una chica esté aquí sola -dijo mientras ella se desperezaba.

-No tengo a dónde ir –murmuró la joven.

Con cada movimiento de su cuerpo, su cabello se contoneaba dulcemente. Todo en ella era muy extraño, aunque también atrayente. Roy decidió llevarla a su casa, aunque solo fuese hasta que encontrase un lugar donde vivir.

Los días fueron pasando, y con cada noche la muchacha se veía más y más decaída. Roy no sabía qué hacer para aliviar su sufrimiento.

Una mañana la joven salió corriendo de la casa, como si huyese de una fiera salvaje. Roy decidió seguirla, no solamente por aquel extraño comportamiento, sino por un sentimiento nuevo que se había despertado en él. Pero le fue imposible alcanzarla. La mujer se movía con la ligereza del viento, como un fantasma. Al bordear una esquina, Roy chocó con una mujer ajena a aquella persecución, y fue entonces cuado dio por perdida a aquella muchacha de ojos violáceos.

-Perdona, no veía por donde caminaba -se disculpó la mujer.

-La culpa es mía. Iba corriendo y no me fijé en...-el joven levantó la vista para contemplar a criatura más fascinante-. ¿Cómo te llamas?

-Verónica.

Era una copia casi exacta de la muchacha a la que había estado persiguiendo. Al principio Roy no podía creérselo.

-Para disculparme, me gustaría invitarte a cenar –le ofreció Roy con galantería.

-¿Pretendes conquistarme?

-¿Se puede? –preguntó con una sonrisa.

Desde lo lejos, una muchacha de ojos violáceos y pelo largo sonreía mientras desaparecía en un abrir y cerrar de ojos.