XXI Edición
Curso 2024 - 2025
Dibujos en la celda
Núria Torrents, 17 años
Colegio La Vall (Barcelona)
La tiza se partió en dos a causa de la exasperación del muchacho que la empuñaba. Observó la mitad que aún sostenía en la mano y enseguida se arrepintió de haberla roto, ya que ese había sido su único consuelo en los últimos dos años.
–¡Maldición! –soltó entre dientes.
En ese momento, alguien abrió la puerta de la celda impetuosamente, dejando una señal en la pared junto al conjunto de marcas de golpes anteriores. El joven levantó la cabeza, para encontrarse con un vigilante.
–¡Sígueme chico! –le ordenó de malos modos–. Y no intentes nada; es inútil –agregó mientras daba unos golpecitos a la pistola que portaba junto a la cintura.
Marcos dejó el pedazo de tiza que tenía en la mano debajo del colchón de su catre y, tras recoger el resto del suelo y depositarlo en el mismo lugar, siguió con resignación al hombre uniformado.
Mientras caminaba, recordó el día que ingresó en aquella cárcel y el alma se le cargó de resentimiento. Una sentencia injusta le había condenado a quince años de prisión por un crimen que no había cometido. Su abogada no había sido capaz de demostrar su inocencia, y él había perdido la fe en que se le hiciera justicia.
Cruzaron las habituales tres puertas de barrotes que marcaban la distancia entre su habitación y la sala de encuentros. Al joven le pareció extraño que lo condujera hasta allí, pues no era día de visitas. Se encogió de hombros; para él ya nada tenía sentido.
Sentada en una mesa junto a la ventana se encontraba su abogada, Miriam, revisando afanosamente unos papeles. Al acercarse, Marcos se percató de que su rostro estaba más pálido de lo habitual y que unas ojeras profundas habían sustituido el maquillaje de siempre. Pero la sonrisa que ella le dedicó no reflejó agotamiento sino euforia y exaltación, reacción que lo desconcertó. En anteriores visitas, una pequeña sonrisa de ánimo era lo único que había recibido por su parte. Miriam se dejó llevar por la alegría y se lanzó a los brazos del pasmado muchacho.
–¡Lo hemos conseguido, lo hemos conseguido! –no dejaba de exclamar con lágrimas de felicidad. Apartándose, lo agarró fuerte por los brazos lo zarandeó– ¡Lo hemos conseguido! Al fin se ha hecho justicia: ¡ya eres un hombre libre!
Sin darle tiempo ni siquiera a respirar, ella arrancó a explicarle lo sucedido.
–Ayer por la mañana, cuando estaba revisando mi correo, reparé en un paquete de color marrón sin remitente. Llevaba una nota en la que ponía: “Siento haber tardado tanto en enviarlo. Nadie debería pagar por los delitos de mi primo”. –comenzó a explicarle. – Aquel extraño bulto contenía una libreta usada. Me pasé la mañana entera leyéndola. En cuanto la hube terminado, me faltó tiempo para salir corriendo hacia el juzgado.
Aquella libreta resultó ser un diario donde un asesino en serie apuntaba todos los crímenes que había cometido a lo largo de su vida. Además, complementaba sus explicaciones con imágenes de sus víctimas. Por tanto, en cuanto llegó a manos del juez, se puso a trabajar para anular la condena de Marcos.
–Aún se tienen que formalizar los papeles y acordar tu indemnización por estos dos últimos años –le explicó Miriam–. Pero, basta de cháchara. Corre a empacar tus cosas.
El joven volvió a su celda como si estuviera envuelto en una nube de algodón, ligero como una liebre, libre como un águila y dispuesto a afrontar la vida con mayor optimismo.
Media hora más tarde dos policías lo vinieron a buscar; el mundo exterior le estaba esperando. Antes de abandonar la celda, recorrió con la mirada todos los dibujos que había hecho durante su encarcelamiento para que no se olvidara de dónde venía ni aquellos a los que amaba, justo lo que le había pedido su abuela cuando le entregó a escondidas el paquete de tizas: «Sé que no es lo mismo que el carboncillo que siempre utilizas, pero esto servirá hasta que te liberen».
Al depositar un pie en la calle, Marcos inhaló hasta llenar de aire los pulmones y observó al grupo de gente que aguardaba frente al penal. Su cara se iluminó al descubrir a su abuela.
–Ay, mi querido Marcos. Nunca dudé de ti ni perdí la esperanza, el único recurso que tenemos para combatir el miedo –le dijo, acunando con sus arrugadas manos la cara surcada de lágrimas de su nieto.