VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Doppelgänger

Fernando Vílchez, 16 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

El inspector Cabal no cabía en sí de su extrañeza. En sus veinticinco años de carrera jamás se había encontrado en una situación como aquella. Estaba en una modesta habitación de un motel a las afueras de la ciudad. Media hora antes, en comisaría había recibido la llamada de un hombre que denunciaba un homicidio en aquella misma habitación. Acompañado por cuatro agentes, Cabal notó algo extraño cuando el gerente del establecimiento parecía no entender lo que pasaba. Y su sorpresa fue mayor cuando, al abrir la puerta de la estancia, un hombre de pelo oscuro y ojos penetrantes les estaba esperando, sentado sobre la cama.

-Buenas noches, agentes -saludó con voz tenebrosa.

-¿Ha sido usted quién ha llamado?- le preguntó Cabal.

-Así es, inspector. He denunciado un homicidio -una risa maliciosa inquietó a los policías.

-Aquí no hay ningún cadáver.

-Pero lo habrá, inspector. Le conviene escucharme.

Los agentes se miraron entre sí mientras Cabal no quitaba los ojos de aquel hombre. Eran de color gris claro.

-Está bien -asintió Cabal. Cogió una silla y se sentó justo enfrente de aquel hombre.

-¿Le suena de algo el término "Doppelgänger"?

Cabal frunció el ceño.

-¿Qué significa?

-Es una palabra alemana que podríamos traducir por "el que camina al lado".

"Este hombre debe de estar loco. Le seguiré la corriente", pensó.

-Ya recuerdo... Es esa leyenda de que todos tenemos alguien exactamente igual a nosotros en algún lugar del mundo.

-¿Leyenda? -soltó una sonora carcajada-. No es una leyenda, inspector. No todos poseen un Doppelganger, pero existe.

-No entiendo a dónde quiere llegar.

-Debo explicárselo desde el principio. Así lo entenderá todo.

-Espero que no sea una historia muy larga. No dispongo de toda la noche.

-Estoy seguro de que le interesará. Me llamo Miguel López y soy el Doppelganger de Miguel López, uno de los principales notarios de la ciudad.

Uno de los agentes se retiró de la habitación. Cabal supuso que iba a llamar al manicomio. Aquel hombre sufría un trastorno de personalidad, estaba seguro.

-Entonces, Miguel López, el notario, también será el Doppelganger de usted, ¿No?

-No juegue conmigo, inspector. No tiene ni idea de a qué se enfrenta.

"Tiene aspecto de ser peligroso", pensó Cabal.

-Continúe la historia.

-A pesar de ser notario, ha cometido acciones fuera del límite de la legalidad. Aunque él no lo supiera, yo le ayudaba a escapar de sus problemas.

-¿Cómo?

-¿Le suenan Ricardo de las Cuevas, Antonio Ruiz y Ernesto Saavedra?

Cabal se sorprendió. Eran criminales que habían sido asesinados sin dejar nadie en quién sospechar ni huellas dactilares. Como si le leyera el pensamiento, Miguel le enseñó las manos. No tenía huellas dactilares. Eran lisas como la seda.

-Veo que se acuerda -continuó-. Yo les maté. Miguel había hecho tratos dudosos con ellos para ascender en el escalafón. Él pensaba que tenía buena suerte al librarse de aquellos mafiosos. Pero la suerte no existe, inspector. Fui yo.

-¿Y ahora qué, Miguel?

-Todavía no he acabado. Hace dos días decidí que mi responsabilidad como Doppelganger de Miguel merecía una recompensa, pero él no estuvo de acuerdo. Se asustó mucho y me dijo que, si no desaparecía de su vida, llamaría a la policía.

Cabal no sabía qué responder. El agente que había telefoneado al manicomio, regresó.

-Sé que Miguel está en la comisaría, dispuesto a denunciar mi aparición. Viste un traje caro y todavía no ha desaparecido el terror en su rostro. Llamé a la comisaría si no me cree.

Cabal observó a los agentes, que no sabían qué hacer. Con un gesto, el inspector les mandó que vigilaran a Miguel. Cogió su móvil y llamó a Fernando Casas, su amigo y compañero de profesión.

-Al habla el inspector Casas.

-Fernando, soy Luis. Necesito que hagas una cosa por mí.

-Por supuesto.

-Necesito que investigues si ha presentado alguna denuncia un hombre de pelo oscuro, ojos grises y con traje caro. Avísame lo más rápido que puedas.

En apenas unos momentos, Casas pudo confirmárselo:

-Así es. Está denunciando ahora mismo la aparición de alguien exactamente igual a él y que le está chantajeando.

Cabal observó aterrado a Miguel. Éste sonreía.

-Se lo dije, inspector. Ha comenzado una batalla que no puede ganar. Le dije que esta noche habría un homicidio, y así será -De repente, desenfundó un revolver, pero no le dio tiempo a disparar. Fue acribillado por los agentes.

Cabal no podía reaccionar. Escuchó como alguien se derrumbaba al otro lado del móvil.

-¿Fernando?

-Es increíble -exclamó Casas-. !El hombre que buscabas acaba de sufrir una muerte súbita!

-¿Cómo? -preguntó desesperado

-Estaba hablando con la agente cuando, de repente, ha comenzado a sacudir el cuerpo como si recibiera varios disparos. Y ha caído al suelo.

Cabal cortó la llamada y se marchó de la habitación. Aquel hombre podría haberse suicidado sin más, pero llamó a la policía porque quería que hubiera testigos de que suceden cosas extrañas. Cabal no era supersticioso, pero ni siquiera la realidad podría dar una explicación lógica a lo que acababa de suceder.

Pensativo, encendió un cigarrillo.