XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

Dos de picas 

Silvia Marcé, 16 años

                    Colegio Ayalde (Bilbao)  

Se estiró brevemente las puntas de los bigotes, se limpió la cera sobrante de los dedos y se colocó bien el sombrero púrpura, a juego con su chaqueta de bordados dorados y sus zapatos de ante violetas. Kristof mostraba una imagen espectacular: el pelo entrecano asomando bajo el sombrero, los largos bigotes y la blanca perilla dándole aspecto de personaje de cuento.

Salió de la furgoneta una noche más para adueñarse de la calle, sembrar talento y cosechar asombro. Viana, por su parte, se ciñó el vestido rojo de seda y se dispuso a seguirle en la fresca noche veraniega de Bilbao.

Rodeado de niños de ojos brillantes, Kristof jugaba con las manos, los ojos y las palabras. Viana disfrutaba de la enternecedora escena, al tiempo que le acercaba los materiales necesarios.

—Escoja una carta, caballero. Llevo más de media hora con trucos de niños y le noto impaciente por participar.

El caballero en cuestión se acercó al centro del corro. Se sentía algo avergonzado por participar en juegos propios de sus hijos, y quizá por eso mismo se mostraba condescendiente, aparentando que ser el centro de atención no le afectaba en absoluto. En sus ojos, sin embargo, se adivinaba una mirada aniñada e inocente, impaciente por ver lo imposible y por sentir lo inimaginable.

El espectador devolvió la carta escogida, el dos de picas, a la baraja. Kristof, sin previo aviso, lanzó todos los naipes en el pavimento de la Gran Vía; mientras, la cabalgata de las fiestas de Bilbao se aproximó, dejando las cartas destrozadas… El hombre se volvió hacia Kristof, con gesto enfadado, pero se sorprendió al ver que el mago se quitaba el sombrero y de su interior sacaba… ¡el dos de picas!

La mirada de aquel hombre cambió en segundos, mostrando una expresión asombrada y tan dulce como la de un niño: los labios levemente separados, el ceño relajado, los ojos ligeramente más abiertos y las cejas más altas de lo habitual.

—¿Era esta su carta, señor? —sonrió el viejo mago, con el reluciente sombrero en la mano y una sonrisa torcida en los labios.