VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

El abuelo de Gonza

Blanca Fuego, 16 años

                 Colegio Peñamayor (Oviedo)  

-¡Defiende la portería, Gonza, defiende la portería!...

Gonzalo corrió con todas sus fuerzas, pero no le sirvió de nada. El silbido del arbitro anunció el segundo gol del equipo contrario.

-¡Tío, sí estaba chupada! –Era Marcos, un chaval de quince años, el líder de la pandilla.

-Lo siento, no sé qué me pasa… -se disculpó Gonzalo, bajando la mirada al ver que Ana le observaba desde la grada.

-Estás en las nubes, como siempre.

-No te pongas así, Marcos, que al menos lo intenta – Ana había entrado al campo para defenderle.

Marcos soltó un bufido. No quería discutir con ella. Al tiempo que volvía a su posición para continuar el partido, le lanzó una mirada amenazante a Gonzalo, a quien Ana le guiñó un ojo. Pero Gonza hizo como si no la hubiera visto. Era de un curso menor y la única chica que iba a verles jugar.

-Yo no puedo quedarme -anunció Gonzalo mientras consultaba el reloj de muñeca-. Tengo que hacer un recado, y ya llego tarde.

-Ah, ya entiendo. Tienes que ir a cuidar al viejo de tu abuelo otra vez -dijo Marcos, satisfecho de tener algo con lo que vengarse del gol marcado unos minutos antes.

Gonzalo clavó sus ojos azules en los de Marcos hasta que a éste le desapareció la sonrisa. Luego, se fue corriendo a por su bicicleta y se marchó pedaleando a toda velocidad.

Era una soleada tarde de junio. En apenas dos semanas acabarían la clases y en los cansados estudiantes se notaban las ganas de sol y playa. Pero hoy ni el sol conseguía animar a Gonzalo. Se sabía el camino a la residencia de su abuelo de memoria. Una curva, otra, una cuesta… Pensaba en su abuelo. Sus padres siempre se habían horrorizado ante la idea de llevarle a una residencia de ancianos, pero ya estaba demasiado mayor para vivir solo y ellos no tenían tiempo para cuidar de él. Al final se rindieron a las evidencias. Se turnaban para visitarle a diario. A Gonzalo le tocaba los viernes, sin excepción, y no le había sentado nada bien, pues era el día en el que quedaba para jugar con sus amigos en el descampado de la urbanización. Odiaba malgastar las horas cuidando a un “viejo”, como decía Marcos.

-¡Gonza, espera! –Ana le había seguido en su bici. Gonzalo pegó un frenazo–. Perdona a Marcos, se toma demasiado en serio el fútbol. Quiero que sepas que me parece genial que cuides a tu abuelo…

-Es una pesadez –su tono poco amistoso hizo que, por primera vez, desapareciera la sonrisa de la cara de Ana.

-Entiendo que te cueste, pero estás haciendo lo que debes.

Gonzalo a veces llegaba a ser muy tozudo, pero no era egoísta. Solo tenía que hacerle reflexionar.

-¿Sabes? Tienes toda la razón. ¿Qué piensan tus padres? ¿Que así se va a creer que le quieres?... Si no le quieres, no le quieres y punto, y te doy la razón.

-Bueno, Ana… No te pases.

-¡Pero si te estoy dando la razón! Desperdiciar media hora de fútbol por ir a visitarle…Anda que no hay gente en la residencia para hacerle compañía… Menudo egoísta es el viejo. ¿Es mucho pedir que pase sus últimos días in molestar a nadie?¡Y más a su nieto! Que desconsiderado…

Gonzalo le miraba incrédulo. Aquella no era Ana.

-Seguro que él no habría hecho lo mismo por ti – continuó–. Seguro que ni siquiera te quiere ni te ha querido nunca, ni te ha cuidado cuándo tus padres se iban a cenar. Él preferiría ir al bingo con sus amigos. Tampoco lloró cuando te vio por primera vez en la cuna del hospital, ni se acordó de ti por las noches. Nunca ha rezado para que crezcas feliz, ni te ha llevado al parque cuando eras pequeño…

Gonzalo la miraba fijamente. Ahora veía a dónde quería llegar.

-No solo se merece que vayas a verle los viernes… Se merece mucho más.

Ana se dio media vuelta y se alejó a toda prisa calle abajo, dejando tras de sí a un Gonzalo paralizado.

***

-No lo coge. Este no viene; lo sabía...

Marcos dio un puñetazo sobre la mesa. Habían quedado en el bar a ver un partido que les traía a todos locos desde hacía tiempo.

-Espera, espera, que ya da tono -dijo Dani, y apoyó el móvil sobre la mesa después de activar el altavoz. Un pitido, otro..

Gonza estaba sentado junto a su abuelo, hablando de “los viejos tiempos”, cuando sintió que algo vibraba en el bolsillo de su pantalón y oyó las primeras notas de “Livin’n on a player’, su tono de llamada. Le señaló a su abuelo el teléfono, avisándole de que le llamaban y le dio al botón de descolgar.

-¿Si?

-Gonza, ¿en dónde te metes? ¡El partido empieza en diez minutos!

Oía las voces de fondo del bar y supuso que Dani había puesto el altavoz para que Marcos no se perdiera la conversación.

-Ah, sí, el partido… No voy a ir.

-¡¿Que?! –Marcos dio otro golpe a la mesa.-¡¿Pero, qué estas diciendo?! Nos estás vendiendo por un viejo... ¿Vas a perderte una maravillosa tarde de viernes, un partidazo como éste, por ir a hacer obras de caridad?... Para eso están las monjas. Tú eres joven, tienes que divertirte, hacer lo que te de la gana, ¡disfrutar! -el tono de Marcos se hizo más suave.

Gonza tuvo la impresión de que nunca había estado más tentado. Pero aún así, se resistió.

-¿Sabes, Marcos? Creo que ha llegado el momento de madurar. Además, no sé de dónde te sacas esas cosas. Yo si que voy a ver el partido… -Levantó la mirada y le dirigió una sonrisa al anciano que le miraba confuso en el sofá de enfrente-, con mi abuelo.

Colgó y fue a sentarse a su lado.

En el bar, los amigos se miraban incrédulos. Marcos dio un tercer puñetazo a la mesa, haciendo que un camarero le llamara la atención. Al otro lado, Ana volvía a sonreír. Había conseguido que Gonzalo se portara como el chico que era en realidad, no como los demás querían que fuese. Sabía que le esperaban unos cuántos días de enemistad con su pandilla, pero ella no pensaba dejarle solo. Se levantó, salió del bar, montó en su bici y pedaleó hasta el asilo del abuelo de Gonza.