III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

El ángel del señor Moreno

Miriam Vidal-Quadras, 17 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

    -¿Qué ves hoy, Marie? Cuéntaselo a este viejo enfermo.

    -Hoy ha salido el sol, señor Moreno.

    Una niña de nueve años y pelo rubio miraba sonriente por la ventana. Sólo podía incorporarse una hora al día. La grave enfermedad que padecía le impedía hacerlo durante más tiempo. Entonces se dedicaba a describir al ciego anciano con el que compartía la habitación en el hospital todo cuanto veía.

    -¿El sol? Descríbemelo, pequeña.

    -Es resplandeciente y de color amarillo. ¿Cómo se lo explico...? ¡Es como cuando estás muy contento y te ríes sin parar!. Sí, eso es el sol-exclamó orgullosa.

    -Nunca había oído una descripción tan hermosa. Sigue hablando, bonita. No calles. ¿Está hoy nuestro amigo de la segunda planta?

    -No. Hoy no ha bajado a dar su paseo, parece que está cansado. Pero hay un señor muy guapo con un gran ramo de flores. Lo tendría que ver, señor Moreno: ¡es precioso!. Imagínese esa alegría que le he dicho antes, durante toda una semana. Ése es el ramo que lleva aquel hombre. Seguro que acaba de ser papá. Está contentísimo. ¿Le enviamos nuestra felicitación?

    -¡Por supuesto, Marie! Educación ante todo. Démosle la enhorabuena al caballero. ¿Qué más ves? A veces pienso que tú eres los ojos que nunca tendré. Has traído a este viejo corazón las esperanzas que había perdido -el anciano parecía hablar para sí mientras una tierna expresión se dibujaba en su rostro.

    -Gracias señor Moreno. Usted sí que es buena persona. ¿Sabe una cosa?

    -Dímela.

    -Llega la primavera, porque ya no hay tanta nieve en las montañas. Mi mamá me contó ayer que el sol la derrite y entonces se vuelve agua y baja al valle en forma de río. ¿Ha visto cuánto estoy aprendiendo? Además, los prados cada vez están más verdes. Seguro que también hay más flores, pero desde aquí no las veo. ¡Qué pena, porque son muy bonitas! Como las que me trajo ayer la tía Helena, que también son para usted. Ya le dije que las compartiríamos.

    -Gracias. No sabes qué feliz me haces con esas hermosas flores.

    -¿Cómo puedo explicarle el color de la hierba, de los árboles y de las plantas? Dicen que representa la esperanza. Yo no lo entiendo, pero a lo mejor a usted le sirve…

    -¡Por supuesto que sí, Marie!. Todo lo que tu digas me hace mucho bien.

    -¿Y qué más?

    -Lo que tú quieras, chiquitina.

    -Se nota que es fin de semana, porque hay cinco balcones cerrados. Ayer sólo había dos. ¿Se acuerda, señor Moreno? Las flores de la señora del primero han crecido un poco y nuestro amigo del tercer piso está tomando el sol en la terraza. Si supiera que le estoy viendo...

    Y así un día detrás de otro, la pequeña Marie ocupaba su tiempo en entretener y alegrar al ciego señor Moreno.

* * * *

    -Y dale. ¿Qué quiere que le explique yo ahora? Ya le he dicho que estoy cansada y necesito dormir. Yo no soy esa niña. ¡Tengo 23 años! Y no es usted el único enfermo en este cuarto.

    Carolina, la nueva compañera de habitación del señor Moreno se había girado bruscamente, dándole la espalda.

    -Esa niña se llamaba Marie y no era una niña cualquiera: era un tesoro. Ella…, ¿sabe?, estaba gravemente enferma y nunca se quejó. No perdió la esperanza en ningún momento. Y yo, a su lado, tampoco. Llenaba la habitación de alegría desde que se levantaba hasta que se acostaba. Durante un rato diario se dedicó a explicarme todo cuanto veía por la ventana. Y no sabe qué bien lo hacía, la de energía que transmitían sus palabras. Sabía sacarle partido a todo. Y lo más importante: nada se guardaba para sí. Todo lo compartía. Nunca dijo un “yo”; de su boca no salieron más que “tus”. Y ahora que ya no está presente entre nosotros, sé que se encuentra aquí, porque es un ángel, mi ángel –el anciano acabó con un suspiro mientras una lágrima se resbalaba por su rostro.

    -No dudo en absoluto de la bondad de…

    -Marie

    -Marie. Y perdone mis palabras anteriores. Desde luego tuvo que ser una persona excepcional. Y debía tener una gran imaginación, porque tras la ventana no hay nada más que una pared de cemento.