V Edición
Curso 2008 - 2009
El arte de aprender
a escuchar
Ester Torres, 16 años
Colegio Zalima (Córdoba)
Recordaré aquella tarde mientras viva.
Fue un sábado en el que mis amigas quedamos para ir con otras compañeras de clase a visitar un asilo. Lo primero que pensé cuando me propusieron en plan, fue que no tenía ganas de dedicar mi tiempo libre a sufrir. Bastante tengo con mis problemas... Pero unas horas antes, consideré que aquellos ancianos podrían ser mis abuelos o que, yo misma, puedo terminar mis días en un asilo como aquel. Es decir, me tragué mi egoísmo y fui al lugar en el que habíamos quedado.
Cuando llegamos al asilo, nos presentaron a algunos de aquellos ancianos. Muchos estaban discapacitados. Se encontraban en un salón, charlando, jugando al dominó o mirando en silencio al infinito. Conocer a aquellas personas me conmovió. Pensé que podría volver otro sábado. Me había dado cuenta de la necesidad de esas personas por tener a alguien cerca que les escuche.
Conocí a Ángela, una anciana que durante las tardes del sábado me contaba multitud de anécdotas sobre su vida. Llegué a la conclusión de que Ángela era joven, a pesar de su edad porque uno no envejece por los años o las arrugas que le salgan, sino cuando deja de soñar.
Un fin de semana me dieron la noticia de que Ángela había fallecido. Me quedé tranquila porque murió con esperanzas en la otra vida, en el cielo.
A veces me pregunto qué hubiera pasado si aquella tarde en la que solo pensaba en mí, me hubiera quedado en casa, no hubiera descubierto que detrás de cada anciano hay muchas historias por descubrir y de las que aprender. No sólo son personas que esperan la muerte.