XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

El arte de mirar 

Inés Arasa, 15 años 

          Colegio Canigó  

Cogí las cartas que me habían tocado y sonreí.

Antes de hacer mi tirada, escruté los rostros de mis amigos para ver si tenía posibilidades. Me fijé en el ceño fruncido que había aparecido en la cara pecosa de mi amiga Paula, lo que demostraba su mala suerte. Fede, después de consultar las cartas, se pasó una mano por su pelo oscuro y cogió el móvil, apretando los labios, dando a entender que no tenía nada que apostar. Mar se levantó, observando sus cartas con las cejas levantadas, y se dirigió a la nevera en busca de una coca cola, no sin antes alisar su vestido. Seguí recorriendo la mesa y mis ojos tropezaron con la bonita sonrisa de Víctor. Inmediatamente él dejó de sonreír y se apoyó en la mesa sin apartar su vista de la mía.

—A mí no me engañas —le dije—. Tengo un don para los ojos; soy una experta en el arte de mirar.

Víctor hizo grandes esfuerzos por contener la risa.

—Lo olvidaba —los hombros le empezaron a temblar al tiempo que se le escapaba una carcajada—. Dime, querida señorita: ¿de qué hablan mis ojos?

Me adentré en ellos. Nunca antes los había observado con tanta atención. Hasta entonces, cuando le miraba a hurtadillas me acababa pillando, lo que hacía que me ruborizara hasta las cejas.

Disfruté ese momento, pues logré captar sus sentimientos secretos. Entonces, poco a poco, mi sonrisa desapareció, pestañeé y bajé la cabeza: había visto demasiado. Debí cambiar de expresión muy rápido, porque Víctor bajó el entrecejo.

—Perdón... —susurré, volviéndole a mirar, esta vez con menos intensidad. Recuperando la sonrisa, le dije—: Veo que no tienes cartas con las que apostar y estás intentando hacerme creer que sí.

Dejé mis naipes encima de la mesa, dando por terminada la partida, me levanté y tomé asiento en el sofá al lado de Mar, pensando en las cosas que había descubierto.