V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

El ataque

Raquel Hernández Durán , 15 años

                 Colegio Fuenllana (Madrid)  

De repente, escuchamos pisadas y un sonido como de olfateo. Aquellos rumores parecían decir ``marchaos, tú y tu amigo os halláis en un grave peligro´´.

Apreté la mano de Iván más fuerte, intentando a aferrarme a algo seguro. Él me miró. Mi respiración se aceleraba mienrtras también se aceleraban los pasos que nos seguían. Parecían ir al compás de nuestra respiración. Inspirar y espirar; un paso y otro paso.

Iván y yo nos dimos la vuelta y pudimos apreciar la figura de un enorme lobo de pelo tan negro como el carbón. Nos miraba con cautela. Su olor era repugnante, como de carroña, y gruñía como si pretendiera decirnos algo.

Horas antes, cuando llegué por la mañana al huerto con Iván, todo se hallaba húmedo y frío. Era temprano, por lo que la nieve había dejado una delicada capa que se había helado. Sobre ella brillaba la escarcha de la noche.

Estuvimos admirando la belleza inerte de la nieve, que comenzó a caer con dulzura. Después caminamos en compañía de un silencio sepulcral. El chocar de nuestros pies sobre la escarcha era el único sonido.

-Me gustaría acercarme al río -susurré.

Iván tomó mi mano cuidadosamente y entrelazó sus dedos a los míos. Frente a la corriente, con una sonrisa miró al caudal. Había dos castores junto a un pequeño dique.

Tuve una sensación de alegría y libertad.

-Son bonitos esos animales -dijo Iván entre nubes de vaho.

-Sí. Me gustaría acariciarlos.

Los castores se zambullían, jugetones, en el agua, sin temor al paso del tiempo. No tenían miedo de que les sorprendiera la noche.

Continuamos el paseo por la orilla del río, observando los peces que, de vez en cuando, saltaban alegres. Al final de un camino descubrimos una explanada cubierta de nieve. La surcamos con la sensación de que ninguna pisada la había mancillado todavía. El cielo, gris plata, amenazaba que pronto comenzaría la tempestad. Los copos de nieve salpicaban nuestros cabellos como perlitas de adorno.

La explanada no tenia árboles alrededor, tampoco arbustos ni algún tipo de vallado. Ni Iván ni yo nos atrevíamos a romper aquel silencio sacro. ¡Se estaba tan bien sin necesidad de hablar!. Bastaban nuestras miradas.

Un par de pájaritos revoloteaban sobre nuestras cabezas. Me fijé en un mirlo, con su pico anaranjado, que parecía estar alerta.

De repente sentí unas pisadas y aquel olfateo insistente. Aquellos rumores parecían decir ``marchaos, tú y tu amigo os halláis en un grave peligro´´.

Apreté la mano de Iván más fuerte, intentando a aferrarme a algo seguro. Él me miró. Mi respiración se aceleraba mienrtras también se aceleraban los pasos que nos seguían. Parecían ir al compás de nuestra respiración. Inspirar y espirar; un paso y otro paso.

Iván y yo nos dimos la vuelta y pudimos apreciar la figura de un enorme lobo de pelo tan negro como el carbón. Nos miraba con cautela. Su olor era repugnante, como de carroña, y gruñía como si pretendiera decirnos algo.

Entonces el lobo aulló, rasgando el silencio. Acto seguido, Iván y yo comenzamos a correr. La bestia no reaccionó. Conseguimos un poco de ventaja. Pero unos segundos más tarde el lobo nos había alcanzado. Nos habíamos convertido en sus presas.