XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

El autobús 

Alfonso Martínez Gayá, 18 años 

Colegio El Prado (Madrid) 

Pedro estaba acostumbrado a caminar por las calles de Madrid iluminadas por las farolas y los faros de los coches. Aquella mañana las nubes habían encapotado el cielo, ocultando el tímido reflejo de la luna, y se había puesto a llover. Se refugió bajo la marquesina de la EMT, y aguardó al autobús que le llevaría a su destino. 

Subió y mostró el abono transporte al tiempo que saludaba al conductor, el mismo que siempre estaba al volante de la línea de las ocho menos veinte de la mañana. Enseguida tomó su asiento habitual y se puso a mirar las gotas de lluvia que chocaban contra el cristal, con la mejilla apoyada contra la fría ventana. Pedro se dirigía al colegio. Todavía no había amanecido. 

El autobús estaba prácticamente vacío. Solo le acompañaba una pareja de pasajeras que habitualmente viajaban a la misma hora que él, pero que nunca había sabido a dónde se dirigían, ya que se bajaban después que él, así como un hombre bien trajeado, que no había visto antes. Una tarjeta de identificación sobresalía ligeramente de su bolsillo. Pedro apenas pudo leer unas siglas: “EPD”. Volvió a mirar al exterior. Había dejado de llover y entre las nubes se empezaron a asomar rayos de luz. Poco a poco la vida de la ciudad empezaba a activarse. 

Divisó a un tipo que corría por la acera en dirección contraria al autobús. Pedro se preguntó si llegaba tarde a su trabajo. Unas paradas después reconoció entre los transeúntes a una chica a la que había visto en la biblioteca de su barrio en más de una ocasión. Era preciosa. Pensó que le gustaría poder decírselo, pero supo que le faltaba el valor para ese tipo de cortesías. 

Absorto en sus pensamientos, continuó el viaje. Cuando vio que el colegio se encontraba a solo dos manzanas, se puso en pie y pulsó un botón que había en el pasamanos. De inmediato se encendió un piloto junto al conductor. 

Cuando el vehículo se detuvo y se abrieron las puertas, Pedro dio un salto desde el último peldaño hasta la acera. Antes de que el autobús se marchara, observó a los pasajeros que seguían dentro; el hombre trajeado no estaba entre ellos.

Había amanecido y habían apagado las farolas. El sol iluminaba las calles. Observó al autobús que se marchaba con todos los pensamientos que le habían hecho compañía durante el viaje. 

Una mano le tocó el hombro. Se dio la vuelta. Era el hombre del traje. Observo que en la solapa derecha llevaba un pin con el escudo de su colegio. Entonces cayó en la cuenta del significado de las siglas que anteriormente había leído en la tarjeta del bolsillo: correspondían a su centro escolar, El Prado. El tipo le preguntó por la dirección de la escuela. Pedro supuso que se trataba del nuevo profesor de Lengua y prosiguió a pie el resto del camino junto a él.