II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

El cazador de sueños

Inés Canals Pou, 16 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

     Luces, colores, canciones alegres que suenan entre las casas, en medio de una luz anaranjada, propia del atardecer de Barcelona. Pisadas apresuradas que marcan un suave compás acompañado por las notas de una vieja guitarra que toco con afilados dedos. Sonrisas rápidas de niños, que escuchan admirados la dulce melodía, y entonces, poco a poco, viene la oscuridad, disimulada por la suave luz de las farolas que se encienden tímidamente, parpadeantes, perezosas ante la larga noche que les espera.

     Entonces me levanto, moviendo lentamente mis pies entumecidos por el frío, y silbo mi melodía entre dientes, entonando con voz suave:

“...Muchos dicen saber que es el soñar

Pero pocos hay que vivan de ello

Pues la verdadera dificultad está

En hacer realidad tus sueños

Cargo mi saco sobre la espalda

Repleto de ideas y deseos

Y aquel que quiera alcanzarlos

Que llame al Cazador de Sueños

Cazador me llaman

Pues mi amplia red extiendo

Y no hay sueño que queriendo

De mis garras se escapara

Y de sueños, eso dicen

Pues por todos es sabido

Y ampliamente conocido

Que soñar siempre fue bueno...”

     Entonces me quito el sombrero con una mano, y llevándomelo al corazón, exclamo a la luna;

     -Tú, que las noches empiezas y los días acabas. Tú, que a los sueños ayudas y a las estrellas acompañas. Tú, que rodeas de misterio toda la noche y que con semiluz a la tierra amparas, deja que tu magia ayude a tu fiel servidor, para que aquellos a los nunca se les permitió soñar, vean por fin una luz en la oscuridad.

     Entonces, extiendo los dedos, como queriendo coger el astro bajo la cabeza. Instantes después sonrío, me pongo el sombrero y camino a buen paso entre la gente, cogiendo con fuerza el saco que llevo a la espalda. A pesar de que falta un buen trecho, ya noto su tristeza, así que apresuro el paso.

     -Número 10, 11,12...-murmuro entre dientes-. En un segundo habré llegado.

     Y allí está, asomada a la ventana, como cada noche, dejando que el cálido viento azote su rostro infantil, mientras una lágrima solitaria resbala por su mejilla.

     Se oyen gritos en el interior de la casa, a los que ya no responde, pues está cansada.

Se levanta lentamente y se acurruca en su cama, cerrando sus grandes ojos azules que tanta tristeza reflejan.

     Abro mi saco y busco en su interior, pues ya sé qué puedo hacer. Saco la mano sujetando una masa azul grisácea, y la soplo, dejándola volar hacia la habitación de la niña. Entonces, entre sueños, ella sonríe.

     Ahora estará contenta hasta mañana.

     Entonces cierro mi saco y me lo cargo al hombro, silbando entre dientes, mientras un gato me observa desde un tejado. Pero él no sabe nada, solo puede ver a un hombre con sombrero de copa y un saco a la espalda, al que la luna parece sonreír.