VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

El contrabajo

Martín-Andrés González Zamorano, 14 años

                 Colegio El Prado (Madrid)  

La ventana estaba abierta y el aire corría suavemente. La voz rasposa de Louis Amstrong resonaba a través de la radio antigua. El ruido de los motores se filtraba entre los visillo. Era una habitación blanca. Las paredes, pintadas de cal, no mostraban un solo cuadro, un solo armario, una sola encimera. Solo una mesa, una cama y una diminuta y desvencijada mesilla de noche.

Sobre la cama descansaba un niño. Su cabeza, calva, estaba apoyada sobre un almohadón de un blanco amarillento. Escuchaba esa música con los ojos abiertos como platos. Las enfermeras, con tal de que no molestara, le dejaban la radio puesta todo el día. Y el niño no hablaba. Ni siquiera sentía hambre. Soñaba despierto con su futuro, con otra vida, con unos padres…, con la felicidad.

Por la ventana observaba a muchachos de su edad que iban y volvían de la escuela. Había un hombre que le sorprendía, pues siempre llevaba sobre su espalda un contrabajo. Se detenía en la parada del autobús. Su cara era de rasgos duros, pero había algo en ella que irradiaba felicidad, como si despidiera el sonido de la música por todas partes.

Un día, mientras esperaba al autobús, alzó la cabeza y observó al muchacho, que continuaba escuchando jazz. Sus ojos, saltones en su cara enferma, soñaban, albergaban esperanza. De pronto, sus dos miradas se cruzaron. Con aquella mirada los dos hablaron, averiguaron sobre los afanes de cada uno, escrutaron en la mente del otro.

Una semana después, el niño recibió una visita. El hombre portaba su contrabajo.

-Voy a probar suerte en una banda de Nueva Orleáns. Me embarcaré mañana -le contó. Su mirada se clavó aún más en el niño-. Tengo suficiente dinero para que vengas. Y si triunfo… podré pagarte un tratamiento. ¿Quieres acompañarme?

Su tumba apenas mide lo que un contrabajo. Sobre la lápida reza su nombre. Las flores que le llevó se marchitarán, pero no morirá su agradecimiento.

“Fue el padre que nunca tuve y la madre que perdí -pensó el niño al pie del túmulo-. Debo irme; la banda me espera. Mañana tocamos en el “Central Palace”.