X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

El de los dientes feos

Marina Medina, 17 años

                 Colegio Senara (Madrid)  

Cogí el abrigo y salía toda prisa, dando un gran portazo. Llevaba un mes trabajando de interna en aquella casa y mi efectividad para llevar a cabo las tareas, no habían mejorado. Cómo podía ser tan desastrosa, tan despistada, tan caótica…

-¡Carmen, Carmen!

Me volví, sobresaltada. Era Pepe, uno de los pocos amigos que había hecho durante el tiempo que llevaba en Madrid. A pesar de su aspecto desaliñado, disponía del talento de la empatía, que le hacía ganar admiradores allá donde fuese. Tenía fama de actuar de celestino, y puesto como yo era nueva en el grupo, conmigo no iba a hacer una excepción.

-Oye Carmen –llegó resoplando-, sé que la cita que te preparé no fue de tu agrado, pero te aseguro que es un buen muchacho. Deberías atenderle cuando te llame.

-¡Ni de broma! –exclamé poniendo los ojos en blanco y acelerando aún más el paso-. Es un tío sosísimo. No me había aburrido más en toda mi vida. Y, ahora, déjame que tengo mucho que hacer.

-Conque soso, ¿eh?... Ya verás; tengo al chico perfecto para ti -gritó mientras me alejaba.

Pepe era majo, pero lo que él consideraba un candidato <<perfecto>> no se correspondía con mi opinión. Me dio miedo sólo imaginarme en quien podría estar pensando.

La mayoría de nuestros planes consistía en ir a convites o verbenas organizadas por algún conocido de algún amigo, de modo que normalmente no sabíamos quién era el anfitrión, pero el plan nos garantizaba pasar un buen rato.

Aquella noche no fue distinta.

Llegamos a la casa donde se celebraba la fiesta. Era grande, así que intenté mantenerme lo más alejada posible de Pepe. Esperaba que se hubiese olvidado de la conversación que mantuvimos por la mañana, pero si algo tenía el muchacho era buena memoria para lo que le interesaba.

Le vi hablar con dos muchachos y señalarme desde el otro extremo de la sala.

¡Madre mía! Pero quién me mandaba a mí hacerle caso. En qué lío me estaría metiendo…

Me hizo un gesto para que me acercase. Fingiendo no verle, decidí que era el momento de ampliar mi círculo de amistades, así que me giré para hablar con la primera persona que tuviese a tiro. Sin embargo, como la torpeza siempre me acompaña, cuán brusco fue mi movimiento que me llevé por delante la bebida que portaba un muchacho.

Mascullé una imperceptible disculpa al tiempo que me fijaba en el accidentado. Era alto, moreno y… muy guapo. Lejos de enfadarse, me dirigió una sonrisa cautivadora que… ¡Horror! Tenía los dientes de abajo terriblemente torcidos y amarillentos.

<<Imagínate besar esa boca>>, pensé.

Renegué por lo bajo contra todas las películas de amor que había visto, en las cuales un lance como el que acaba de vivir era suficiente para que la protagonista encontrase al chico de sus sueños.

***

Carmen, estás como embobada. ¿Cuándo has dicho que venía la niña a comer?

Le miré en silencio. Su piel morena la surcaban ahora incontables arrugas.

Me acerqué a él, me puse de puntillas como tantas otras veces y le besé. Hace años le había juzgado como si fuera un sapo. No sabía que los príncipes azules tienen los dientes feos.