XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

El desierto 

Nacho Barrón, 14 años 

Colegio El Prado (Madrid) 

El horizonte infinito desprendía destellos, que le obligaban a tener los ojos entrecerrados. Sus huellas iban desapareciendo a cada paso que daba. El mar de arena en el que se había perdido parecía no tener fin. No había vuelto a ver a sus compañeros desde que les encomendaron la misión. Estaba seguro de que era el único superviviente.

Sentía en sus pies desollados el calor infernal que desprendía la arena. Hacía tiempo que la desesperación se había apoderado de él. La lengua, acartonada, no le permitía decir palabra alguna. A pesar del adiestramiento de supervivencia que recibió en la academia, se arrepentía de haber aceptado aquel encargo suicida.

Llevaba en un bolsillo lo único que le quedaba de sus compañeros: una fotografía de la ceremonia de graduación como agente especial, en la que aparecía junto a los compañeros de promoción.  

El sudor y los azotes del viento y la arena, habían convertido su uniforme en harapos. Era su única protección contra el sol, y contra el frío durante las noches, en las que bajaba llamativamente la temperatura.

Aquel mediodía, cuando el sol le golpeaba con más rabia, se dejó llevar por la desesperación: 

<<¡Oh, Dios… ¿Por qué tengo que sufrir? Tráeme a Tu ángel para que me lleve contigo. Libérame de este vagar interminable y acaba con mis penurias>>.

Al llegar a la cima de una duna, sus piernas cedieron al agotamiento y el hombre cayó rendido. Una vez en el suelo, no tuvo fuerza para levantarse. Al apoyar las manos en la arena, descubrió que algo se acercaba a gran velocidad por la lejanía.

<<¿Será que vienen a salvarme o será una alucinación?>>.

Aquello que se le aproximaba le resultaba incierto, ya que tenía los ojos resecos, cubiertos de una especie de pasta blanca. Se pasó el envés de una mano por los párpados. Entonces el objeto fue tomando forma.

¡Era el comandante, que venía en un Jeep!. El oficial detuvo el automóvil y le ofreció la mano para ayudarlo a subir. Cuando el agente fue a dársela, descubrió con espanto que se trataba de un espejismo.

El hombre rompió a llorar desconsoladamente, hasta que perdió el sentido.

Se despertó en la enfermería de la base después de haber pasado dos días dormido. Sus compañeros rodeaban su cama. Le anunciaron que habían completado la misión: Aquil Alrriyal estaba bajo rejas, gracias a la información que el agente les había proporcionado antes de perderse por el desierto.