XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

El destino es caprichoso

Paula Mercedes Pacheco, 16 años

                 Colegio Nuestra Señora del Pilar (Arequipa, Perú)  

La noche anterior a su boda, Jimena decidió que era el momento de huir. No estaba dispuesta a aceptar un matrimonio con alguien a quien nunca había visto, a pesar de los beneficios que este pudiera traer a su familia y, en especial, a su madre, responsable del enlace. Aquella madrugada, cuando todos durmieran, se escaparía para siempre del que hasta entonces había sido su hogar.

El motivo era comprensible: cuando falleció su padre, un hombre de negocios, dejó a su esposa y a su hija un apellido de abolengo y una pequeña fortuna que, de haber sido bien administrada por su viuda, voluble y caprichosa, no le hubiera obligado a concertar dicho matrimonio.

Luego de haberle dado las buenas noches a su madre, Jimena se retiró a su recámara. Su madre había intentado, durante aquellos días, ponerla al corriente acerca de los deberes que Jimena iba a asumir, lo que su marido podría esperar de ella… En todo caso, puso cuidado en no darle muchos detalles acerca de aquel hombre. Para justificarse, le dijo que prefería que fuese ella quien lo descubriese sin verse mediatizada por su opinión. Es decir, Jimena apenas tenía datos de él.

Una vez en su habitación, la joven se disfrazó con un hábito de monje que le había conseguido una criada que también trabajaba para la abadía. La túnica tenía una capucha con la que se cubrió el rostro. Las provisiones las llevaba en un saco.

Bajó hasta las cuadras. Allí tomó un caballo y salió al galope, dejándose engullir por la noche mientras se alejaba de su hogar. Tenía previsto cabalgar hasta una aldea cercana, desde donde iba a tomar la carretera que conducía a un pueblo de montaña, en donde iba a pasar la noche. Al día siguiente, antes de que saliera el sol, reemprendería su galope hasta el mar, en busca de un pequeño puerto donde entregaría su caballo a cambio de que le permitieran embarcarse en el primer navío que partiera hacia las tierras que había al otro lado del océano. Cualquier destino sería mejor que pasar los restos junto a un extraño al que nunca lograría amar.

Avanzó por las callejuelas vacías del pueblo, hasta una pequeña posada donde decidió poner en marcha la primera parte de su plan. En el establo descubrió que había una yegua tan sudorosa y cansada como su equino. Tras atarlo, solicitó una habitación y se retiró a dormir.

A la mañana siguiente se dispuso a continuar su viaje. Sin embargo, al ir a por su caballo se encontró con un apuesto joven, quizá uno o dos años mayor que ella, que preparaba al corcel de la noche anterior. Cuando él la vio, le dedicó una sonrisa y prosiguió su labor. Jimena hizo lo propio con su caballo. Al acabar, ambos se dirigieron hacia la puerta y comenzaron a cabalgar por el mismo camino.

Pensando en que se trataba de alguna treta, se detuvieron para aclarar las cosas. Al descubrir que su destino era el mismo, se sintieron más aliviados y sin desmerecer la compañía, acordaron continuar juntos, luego de presentarse. El gallardo extraño se llamaba Arturo.

El trayecto era agradable para ambos, que comenzaron a conocerse poco a poco, a pesar de que cada uno cuidó pasar por alto la razón de su viaje. Ninguno cuestionó al otro. Ella, incluso, le explicó a Arturo su plan una vez alcanzara el pueblo marinero.

—¿Me dejarás viajar contigo? —le preguntó él, ya que no tenía pensado qué haría al llegar a la costa.

Y así, entre conversaciones, risas y miradas, llegaron a su destino.

Una vez en el pueblo, vendieron sus caballos para comprar su boleto a la libertad. Mientras preparaban el equipaje, Arturo, sintiéndose feliz y nostálgico, decidió revelarle a Jimena la causa por la que estaba a punto de despedir su antigua vida:

—Mi familia siempre fue adinerada, mas nuestro nombre carecía de prestigio, lo que provocó que la mujer de mi padre haya arreglado mi matrimonio con la hija de una familia de buen apellido, pero con necesidades económicas. Aborrecí la idea de un matrimonio por conveniencia, por lo que antes de viajar hacia mis esponsales hui de casa. Cabalgué hasta llegar a la posada en la que te conocí. ¡Gracias a Dios que lo hice!... El resto de la historia ya la sabes–sonrió–. Ahora, si me concedes el privilegio, me gustaría saber la causa de tu marcha de casa, pues me dijiste que huías mas no mencionaste el porqué. Me intriga saber qué hizo que una joven como tú tuviera deseos de escapar.

«Sin duda alguna», pensó Jimena mientras sonreía por la ironía, «el destino es caprichoso».