III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

El día de la ofrenda

Núria Martínez Labuiga, 14 años

                 Colegio Vilavella (Valencia)  

       Abrí el armario donde, durante un año entero, había estado guardado el traje. <<Otro año más>>, me dije, y saqué aquella pesada falda y el corpiño. Media hora después, y gracias a la ayuda de mi madre, ya estaba vestida con el traje de fallera. La falda, abultada por el can-can me pesaba sobre las caderas, el corpiño de manga corta me daba frío y el complicado peinado, con peinetas y agujas, hacía que tuviera que hacer fuerza para mantener la cabeza recta. Salí de casa ramo de flores en mano. La mantellina que antes caía delicadamente sobre mis hombros, ondeó rebelde al son del viento. Fui directa al casal fallero, donde me esperaban mis amigas. En menos de un minuto llegó la banda y todos los festeros salimos a hacer el pasacalle.

       Ya estaba casi oscuro y la húmeda noche arrancaba quejas de todos nosotros. A mitad de la procesión ya me sentí cansada. Me dolían los pies y no hacía más que pensar en sentarme. Podría haber vuelto a casa si hubiera querido, pero no lo hice, ni se me pasó por la cabeza. <<Un momento como este sólo ocurre una vez al año>>, pensé. No iba a dejarlo escapar.

       Por fin llegamos, desechas, a la plaza de la Iglesia. Allí estaba la Virgen de los Desamparados, envuelta entre los millones de flores que todo el pueblo le traía. Conforme me acercaba, el cansancio me importaba aun menos y la felicidad crecía dentro de mí. Subí la rampa y alcé la cabeza para mirar a sus ojos. Fue tanta mi emoción, al verla tan cerca, que una lágrima de felicidad recorrió mi mejilla. Devoción es poco para explicar lo que sentí. No hay palabras suficientes para expresar lo que una valenciana, con su traje de fallera y su ramo como ofrenda, puede albergar en su corazón al acercarse a nuestra Virgen.