XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

El embajador justo  

Rocío Pérez-Miranda Del Valle, 15 años

                Colegio Puertapalma (Badajoz)  

Mientras corría sin aliento bajo la lluvia, los pensamientos le venían de golpe a la cabeza. Casi lo había conseguido; ya podía ver el tren que debía coger, parado en el andén número nueve.

Más tarde, ya sentada tranquilamente en su sillón de primera clase, en un AVE que la llevaría directa desde Barcelona, donde acababa de aterrizar, hasta Madrid, pensaba en lo que le diría a Pablo. ¿Qué tipo de explicación debía darle para lo que había hecho?...

Recibir una llamada de ella, diciéndole que no se preocupara y que volvería en un par de días, no habría sido nada fácil de digerir para él. Sin embargo, Laura necesitaba realizar ese viaje para dar respuesta a muchos interrogantes. Cuando se le presentó una oportunidad de hacerlo, se fue derecha al ojo del huracán, a París, la ciudad con la que había soñado durante los últimos meses.

Sus preguntas empezaron cuando el redactor del periódico en el que trabajaba en Madrid le había pedido un artículo sobre Eduardo Propper de Callejón. Ella no sabía quién era, pero nada más comenzar su investigación se quedó cautivada por la vida de aquel hombre.

Tras bajarse en la estación de Atocha, Laura cogió un taxi para llegar a casa lo antes posible. Allí estaba esperándola su marido. Pablo comprendía que el trabajo de Laura le exigía viajar y pasar mucho tiempo fuera de casa, mientras que él, que era notario, permanecía más tiempo en el hogar. Era un hombre tranquilo y paciente. Por eso, cuando se dio cuenta de que Laura estaba cansada, le pidió que dejara las explicaciones para el día siguiente; no era normal que se fuera sin avisar y llamara desde París de repente, pero sabía que algo la preocupaba últimamente y prefería que se lo contara cuando estuviera descansada.

Cuando Laura se levantó por la mañana, seguía abstraída. Pablo le tocó el brazo, sacándola de su ensimismamiento.

—Bueno, ¿que tal París? —le preguntó—. Creía que íbamos a ir juntos algún día. Te has adelantado...

Ella le sonrió. Le entendía demasiado bien. Puso un plato de huevos revueltos y jamón enfrente de cada uno, bebió un trago de agua y comenzó a explicarse:

—Bien. Ya sabes que estoy trabajando en un artículo que es muy importante para mí; estoy investigando la historia de Eduardo Propper de Callejón. Fue una persona increíble. Encontré información sobre alguien que le conocía bien y me fui a París tras recibir la llamada de un contacto que tengo allí. Quería hablar con Charlotte Leroy, la mujer que fue la secretaria de Propper durante más de quince años.

—¿Secretaria de un diplomático? Entiendo. Debe de ser una fuente de información muy buena. ¿Es francesa?— preguntó Pablo.

—Sí, lo es, pero habla perfectamente inglés y español. Lo más interesante es que trabajó con él durante los años clave de mi artículo. Le conoció en 1950, cuando él tenía cincuenta y cinco años; ella tenía entonces veinte. La localicé hace unas semanas; si me decidí a hacer el viaje de forma tan repentina es porque está muy mayor. Tiene ochenta y ocho años y dicen que el corazón le puede fallar en cualquier momento.

—Ahora comprendo un poco mejor tus prisas… Continúa.

—Pablo, esta mujer conoció a los hijos y nietos de Eduardo. Ya sabes que Helena Bonham Carter, la actriz, es nieta suya. Me encantaría entrevistar a Charlotte. Lo malo es que cuando llegué a su residencia no me dejaron verla; solo pude hablar con algunos familiares, así que ahora debo encontrar la manera de verla e investigar sobre su vida durante los años cincuenta.

—Ya veo que estás metida de lleno en el tema, cariño. ¿Crees que de verdad merece la pena?

—Descubrir la historia siempre merece la pena. Eduardo Propper hizo mucho bien; salvó a miles de judíos, jugándose su propia vida. Y era español, un héroe español que no es muy conocido porque no se enseña su vida en las escuelas. Por eso voy a escribir un artículo, para informar de todo lo que hizo; probablemente salvó a muchas familias que hoy en día ignoran lo que hizo por ellas.

—Pero no entiendo por qué no me avisaste antes. Me gustaría ayudarte.

Laura dejó los cubiertos sobre la mesa y se limpió con la servilleta.

—Lo siento. Sé que fue algo muy precipitado —dijo, mirándole fijamente.

—Está bien, pero no me vuelvas a hacer eso, ¿vale? Anda, cuéntame, ¿qué has averiguado?

—La verdad es que poco. He hablado con algunos trabajadores de la embajada, que me han dicho más o menos lo mismo que ya sabía: Eduardo Propper consiguió que no se expoliasen numerosas obras de arte, incluyendo la colección del Château de Royaumont, que pertenecía a sus suegros. Cuando se trasladó a Burdeos con su familia, expidió junto con el cónsul portugués más de mil quinientos visados para que los judíos (y no judíos también) pudieran huir a Portugal a través de España.

—¿Y ese cónsul portugués? ¿Sabes algo de su familia?

—Creo que viven en Lisboa. En un homenaje que le hicieron hace poco, acudieron muchos familiares suyos. Al parecer son de allí.

—¿Qué prefieres? ¿Visitar primero las costas de Lisboa o la ciudad del amor? —una sonrisa le iluminó la cara.

Laura se terminó su café y le dio un fuerte abrazo. Estaba emocionada.