V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

El encuentro

Marta Cabañero, 14 años

                Colegio IALE (Valencia)  

Shiuye se asomó por la ventana de la habitación del hotel. Observó las azoteas de los rascacielos y las nubes que envolvían Hong Kong, la ciudad que la había visto nacer. También miró hacia abajo, veinte pisos, a la calle. Allí estaba, con su inconfundible silueta, aguardando. Shiuye se removió, inquieta. ¿Por qué la perseguiría ese chico?

No conocía la respuesta, pero pensaba averiguarla. Estaba cansada de sentirse observada, perseguida para, después, verle desaparecer. Se prometió a sí misma que esa noche no se escaparía.

Cogió el spray de pimienta, el móvil y abrió la puerta de un tirón. Se metió en el ascensor, impaciente. Cuando las puertas se abrieron, se agachó y, a gatas, pasó por delante de la mesa de recepción.

Respiró hondo. Ya estaba en la calle y podía verle de cerca. Se encontraba apoyado en la pared, junto a una farola, leyendo un libro. Era delgado, con el pelo liso y el flequillo peinado a un lado. La verdad es que le resultaba atractivo. El corazón empezó a latirle más deprisa.

Shiuye cruzó la calle discretamente y se le acercó.

-Quieto –le advirtió cuando lo tenía a un metro de distancia.- Solo necesito unas respuestas.

El chico levantó la vista del libro y, para su sorpresa, sonrió. Rápido como el pensamiento, la cogió por las muñecas y la puso contra la pared.

-¿Y qué te hace pensar que voy a dártelas? –replicó en perfecto inglés.

Shiuye le propinó un buen empujón y sacó su spray del bolsillo. Cuando el chico quiso darse cuenta, era él quien estaba acorralado.

-No me obligues a rociarte los ojos con pimienta, porque te escocerá –le amenazó-. ¿Por qué me persigues?

-Eres muy importante para alguien –susurró enigmáticamente.

Shiuye pensó de inmediato en sus jefes de Estados Unidos. Pero desechó la idea. Eran ellos quienes la habían mandado allí, ¿por qué iban a espiarla?

-¿Quién? –preguntó a la vez que le acercaba el spray a un ojo.

-Te lo enseñaré –le dijo, mirándola directamente a la cara-. Puedes fiarte de mí.

La chica dudó un momento, pero la curiosidad pudo con ella.

Caminaron durante quince minutos por las callejuelas estrechas y atestadas de la ciudad, hasta que se detuvieron delante de una pequeña casucha destartalada.

El chico tocó el timbre.

-Soy Andelié –saludó antes de que abrieran la puerta.

En el umbral había una mujer china, de unos cincuenta años. Gritó algo que Shiuye no entendió. De pronto, una sensación de déjà vu embargó a la muchacha. Las paredes, el salón, los cuadros, aquel olor... Todo le resultaba familiar. Hasta la mujer que discutía con Andelié.

Pero... Ella había vivido desde muy niña en una casa de acogida de Estados Unidos. Sí, es cierto que había nacido en Hong Kong, pero luego sus padres la entregaron en adopción.

-Lo siento; tiene que marcharse –le dijo la mujer, mirándola fijamente.

Entonces la reconoció. El vello se le erizó por todo su cuerpo.

-¿Eres tú? –balbuceó Shiuye-. ¿Por qué...? ¿ Por qué me abandonaste?

Una lágrima resbaló por la mejilla de su madre. Su verdadera madre. La mujer respiró profundamente antes de empezar a hablar.

-Tuve que hacerlo. No teníamos dinero para mantenerte. Una noche tu padre te llevó a una casa sin yo saberlo. Dejó todo nuestro dinero contigo. Pero aún así, nunca se lo perdoné. Te seguí a escondidas hasta que cumpliste dieciséis años, cuando mis piernas empezaron a funcionar mal. Entonces contraté a Andelié que, por lo visto, es menos discreto que yo –sonrió.

-¿Por qué no me llevaste contigo? ¿Puedes imaginarte lo mucho que te he echado de menos?

-Quería que fueras feliz. Tus padres adoptivos te brindaban oportunidades que yo nunca te hubiera podido dar –hizo una pausa-. Ni siquiera podía mantenerme a mí misma. Me bastaba verte sonreír para saber que no podías quedarte conmigo, por mucho que me doliera.

Shiuye la abrazó. Por primera vez en su vida, se sentía completa. Sabía que tenía una madre que había estado velando por ella desde que nació. Pestañeó para ver entre las lágrimas y observó que, por detrás del pelo de su madre, Andelié le sonreía.