XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

El festejo de hoy

Ignacio De Grassa, 17 años

Colegio Munabe (Vizcaya)

A Tano Vargas, «El Viruta», se le puso la carne de gallina al escuchar los vítores del público, que se le había entregado a lo largo de toda la faena. Los aficionados se habían puesto en pie y se rompían las manos a aplaudir. Aquella tarde, en La Maestranza, «El Viruta» había recibido la alternativa, el paso de novillero a matador de toros. En cuanto hundió la espada en el morrillo del sexto toro, los tendidos se convirtieron en una tormenta de pañuelos blancos. Se desplomó el morlaco y el presidente concedió las dos orejas al nuevo torero, que las recogió de las manos del alguacil antes de que lo auparan en hombros.

Desde esa perspectiva, subido a los hombros de su apoderado, Tano se veía todopoderoso. La tauromaquia era su vida y ese triunfo, pensó, el principio de una larga carrera. Siempre había soñado con triunfar en su alternativa, en esa plaza tan importante. La cuadrilla le seguía mientras le paseaban por el ruedo, montera en mano y agradeciendo el cariño de la gente, que le lanzaba flores y objetos (sombreros, chaquetas, una bota de vino, bolsos…) para que él o la cuadrilla los devolviesen.

Alguien lanzó un abanico con fuerza desde un palco, que golpeó a «El Viruta» en la cabeza. «Gajes del oficio», pensó, y se lo pasaron para devolverlo. Pero no vio a nadie pidiéndoselo de vuelta. Entonces se fijó en el objeto y se dio cuenta que tenía escrito un mensaje. Leyó: «Por tu bien, abandona el oficio del toreo ahora que estás a tiempo. La suerte no estará de tu parte».

Una vez en la habitación del hotel, Tano pidió a los suyos que le dejaran solo con Gustavo, su apoderado. Era tan estrecha la relación que había mantenido con él desde que era niño, que Gustavo ejercía la función de un segundo padre.

—¿No te alegras de mi éxito? —le preguntó el torero mientras se deshacía el nudo del corbatín.

—¿Por qué dices eso?

«El Viruta» observó con displicencia:

—Tienes el ceño fruncido y de tu boca solo ha salido una vaga felicitación. ¡Dos orejas, Gustavo!... ¿Te das cuenta? Dos orejas en Sevilla el día de mi alternativa.

—Es ese abanico lo que me preocupa, y me parece que por la forma que has intentado evitar el asunto durante el viaje al hotel, a ti también.

—Esa amenaza no debe amargarnos el triunfo. Algún gracioso habrá querido meternos miedo y, al parecer, está funcionando.

—Yo sé quién lo lanzó.


El apoderado le empezó a hablar sobre una vieja maldición que había recaído sobre su familia. Cuando algo bueno les sucedía, un mal de ojo lo contrarrestaba con un catastrófico desenlace.

—Sabes que mis padres fallecieron en un accidente de tren, después de ganar la lotería. Con ese dinero he podido comprar una finca y una ganadería, y he logrado convertirte en torero.

Gustavo le dijo que, al principio, consideró que la muerte de su padres había sido una triste casualidad. No era un hombre supersticioso.

—Desde que te apadriné, te considero como un hijo.

Le explicó que días atrás, cuando se preparaban para acudir a Sevilla, había tenido una fuerte discusión con su hermano mayor, temeroso de que Tano heredara el mal fario.

—¿Y si ha sido tu hermano el que ha lanzado el abanico? —concluyó el torero.

—No lo sé… —. A Gustavo los ojos se le llenaron de lágrimas—. No quiero imaginarme que te perdiera.

—Yo no creo en esas cosas, Gustavo. No soy supersticioso; no creo en la buena ni en la mala suerte. Todo eso es mentira.

Tano abrió la puerta de la habitación, dispuesto a irse a su cuarto. Él se resistía a creer en esos cuentos de bruja.

—Me voy. Tienes que dormir —le despidió su apoderado—. Mañana debes estar descansado para tu segunda tarde. Ya sabes que los toros de Victorino piden el carné...

Cayetano Vargas, «El Viruta», ha recibido una cornada mortal en el primero de sus toros, en su segunda comparecencia en la Feria de Sevilla. Su apoderado ha anunciado, entre lágrimas, que se retira de la tauromaquia, informó el periódico del siguiente día.