VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

El final de dos andares

José María Jiménez Vacas, 14 años

                  Colegio El Prado (Madrid)  

Esperé sentado en el exterior de la habitación. El tiempo se me hizo eterno; habían pasado unos minutos cuando me comunicaron la noticia. ¡Había sido tan rápido! Apenas en unas semanas había finalizado su existencia. Ya ni siquiera podía exteriorizar mis sentimientos, no me quedaba aliento para gritar. Ya no tenía fuerzas. Había algo en mi interior que no me dejaba coger aire, que absorbía mis acciones.

Me pasé toda la noche firmando papeles, arreglando asuntos, solucionando problemas que jamás había querido tener. Ahora estaba solo, no tenía a nadie que me consolara. Jamás me había planteado semejante situación. Sabía que tarde o temprano uno de los dos debía morir, pero no estaba preparado. ¡Era tan joven!. Aún le quedaba mucho por vivir. Y me había dejado solo en este valle de lágrimas. A ella no le gustaba hablar de esta clase de cosas, como a todo el mundo. Supongo que esperaba que jamás ocurriera.

Cuando volví a nuestra vieja casa, la tristeza no me dejó contenerme. Golpeé con fuerza la pared y luego me desplomé sobre un sofá. Me agarré fuertemente el pelo con las manos y escondí el rostro entre mis brazos.

Al acostarme la recordé al mi lado, nuestras conversaciones en la noche, cuando nos contábamos nuestros problemas, nos desahogábamos el uno con el otro y al fin podíamos dormir. Esa noche lo eché todo de menos: su comprensión, su cariño y su perdón. Nada volvió a ser igual para mí. Todo había terminado.

A su entierro acudieron muchos amigos pero ningún familiar. Y cuando su féretro tocó la tierra húmeda, mis oídos quedaron taponados y mi mente confusa. Ya nada me ataba a ese lugar. Lo único que esperaba era reunirme con ella; ansiaba volver a tenerla a mi lado, apoyándome, convertida en la columna vertebral de mi espíritu. Pero ahora, todo había terminado.