VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

El francotirador

Manuel Seco Ruiz, 16 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

Había caído la noche en Madrid cuando una figura salió a la azotea de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Iba ataviado completamente de negro y portaba un maletín igualmente oscuro. Sigilosamente, se acercó al lado suroeste de la solana, se agachó y abrió el maletín. De él empezó a extraer las piezas de un fusil de precisión Barrett M82 y un bipié. Cuando terminó de montar el arma y la acopló al soporte, se levantó y la apoyó en el muro. Al mirar al frente distinguió entre la oscuridad unas pocas ventanas iluminadas en el Palacio de la Moncloa. Sin perder un segundo, acercó el ojo a la telescópica del fusil y miró a través de ella.

Tal y como le habían asegurado sus fuentes, el Presidente del gobierno estaba sentado a la mesa de su despacho, arreglando unos papeles. El francotirador se desplazó dos metros hacia el norte para tener una mejor perspectiva. Echó una ojeada a su equipo: 432 metros al objetivo y 3,4 nudos de viento del sureste. Aplicó la corrección necesaria, quitó el seguro y empezó a acariciar suavemente el gatillo, esperando el momento oportuno…

Iba a accionar el mecanismo que pondría a España patas arriba cuando se percató de una cosa: se había olvidado del silenciador. Sin él no podría escapar del edificio. ¡En dónde tenía la cabeza!... Eran los nervios de su primera misión. Tratando de no perder tiempo, se acercó al maletín y cogió la pieza. Cuando la tuvo enroscada en el extremo del cañón, volvió a prepararse para disparar a sangre fría.

Pero tampoco disparó esta vez. El Presidente Ramírez sostenía en el regazo a su hijo pequeño e intentaba consolarlo, mientras el niño se frotaba los ojos con los puños. Poco después entró en la habitación su primogénita de la mano de su madre. El sicario apartó lentamente la vista de la mira. No podía hacerlo… No podía asesinar a ese hombre delante de su familia. Al negarse, seguramente se condenaba a muerte en manos de los terroristas de su banda, pero le superaba semejante crueldad.

Tras unos momentos de una duda, apretó los dientes y comenzó a desmontar el arma, lamentándose por el embrollo en el que se estaba metiendo. Casi había terminado de desarmar el fusil cuando se abrió la puerta de la azotea estrepitosamente.

―¡Arriba! ¡Las manos detrás de la cabeza! ―un agente de policía le apuntaba al corazón con una pistola. Se acercó al tirador, lo cacheó y le colocó unas esposas― Queda detenido por intento de asesinato al Presidente del Gobierno.