XXI Edición
Curso 2024 - 2025
El fruto de la observación
Marta Luengos, 16 años
Colegio Ayalde (Vizcaya)
Los viajes en metro forman parte de mi rutina. Son veinte minutos los que empleo desde la estación de partida a la de destino, veinte minutos en los que antes me abstraía curioseando las aplicaciones de mi móvil, hasta que en uno de esos trayectos se me agotó la batería y no me quedó otro remedio que levantar la vista de la pantalla y ponerme a observar.
En aquel primer viaje sin teléfono descubrí que en un punto del trayecto el metro dejaba de ser subterráneo. Con asombro contemplé que por un lado del vagón se me ofrecía un hermoso paisaje, y por el otro los edificios de la ciudad, a la que tan acostumbrada estoy. Al haber vivido hipnotizada por los estímulos que me brindaba el móvil, no había sido consciente hasta aquel momento del repentino cambio de iluminación al dejar atrás el túnel.
Posé los ojos en un niño pequeño sentado en un carrito. Observaba divertido una pulsera de cuentas de colores que llevaba su madre. Me pregunté si aquellas dos personas serían compañeras habituales en mis viajes, duda que resolví a la mañana siguiente, cuando descubrí que tomamos el tren en la misma estación y a la misma hora. Si hasta entonces no me había detenido a mirarlos, comencé a saludar a la mujer y a hacerle carantoñas al niño, de quien pronto supe que se llama Andrés.
Más allá del paisaje y de la madre con su hijo, me percaté de que la mayoría de los pasajeros viajan con la cabeza agachada, cautivados por sus teléfonos. A causa de los movimientos que hacen con los dedos sobre la pantalla, comprendo que algunos van consumiendo vídeos y más vídeos cortos, de los cuales se olvidan apenas tres vídeos más tarde. Otros, supongo, chatean con sus amigos. No es extraño que algún señor vestido con traje y corbata discuta por el móvil sobre asuntos de trabajo. Es decir, los pasajeros no prestan atención a su entorno. Y pensar que yo también he pertenecido a ese tipo de gente…
Desde aquel día, cada vez que tengo la oportunidad salgo de casa para dar una vuelta por el parque, con el único propósito de observar. Me siento en un banco y me fijo en las palomas que picotean las migajas que se encuentran por el suelo. También me sorprendo con los adultos que van y vienen a toda prisa, como si todos llegaran tarde a alguna cita, lo que despierta mi curiosidad, pues me pregunto a dónde irán y con quién van a encontrarse. Al no obtener respuesta, dejo a mi imaginación la tarea de fabricar mil y una historias.
Ahora me alegro de que me quedara sin batería y de que aquella situación me obligara a levantar la mirada, ya que he podido descubrir lo que nunca antes había visto, oír lo que nunca antes había oído y sorprenderme, que es el mejor fruto de observación.