II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

El futuro de los jóvenes

Sandra Alemany , 16 años

                  Escuela Pineda (Barcelona)  

    Mi abuela siempre compara el antes con el ahora. Dice que anteriormente sí que tenían que ganarse el pan para subsistir. En cambio, según ella, los jóvenes de hoy en día lo tenemos todo hecho y solucionado. Es muy graciosa, porque constantemente repite: “yo a tu edad estaba trabajando porque si no, nadie comía en casa.”

    Siempre que se habla del tema, acabábamos con una pequeña discusión: no hay manera de hacerle entender que, actualmente, las cosas no son tan fáciles como parecen.

    Comodidades tenemos, eso nadie lo niega, ni siquiera mi abuela…, pero existen ciertas dificultades para llegar a tener un éxito mínimo en la vida. En Cataluña es realmente difícil que un joven consiga comprarse una vivienda con el sudor de su frente. Para la mayoría, la única opción será estar hipotecados durante treinta años, pues los precios de las casas se han disparado.

    Lo mismo sucede con la nueva Ley de Educación, que no permite a los padres escoger el colegio que quieren para sus hijos. Sinceramente, esto no es libertad. ¿Qué es lo que se pretende? Quiero decir ¿Cuál es el fondo del asunto? ¿Cuál es el objetivo? Parece que se esté dando un paso hacia atrás. Anteriormente, solo podía estudiar quien tenía dinero para pagarlo. ¿Y si se diera el caso, que es muy probable, de que alguien que vive en un barrio de clase baja quisiera matricularse en una escuela prestigiosa situada en una barriada mejor? No tendrá ese derecho. Puede que, en este aspecto, mi abuela y yo estemos bastante de acuerdo, aunque normalmente ella sale con el argumento de que no se encontró nunca con este problema, porque en su época no había medios de transporte para ir a otra escuela que no fuese la que tenía más cerca de casa.

    Otro punto es el de las subvenciones. Ni se gozará, ni se podrá contar con ese apoyo económico que muchos padres necesitan para pagar el colegio de sus hijos.

    En fin, se nos impone cierta legislación que se debe cumplir, tanto si nos gusta como si no. Entonces sí, veo en los ojos de mi abuela un cierto desconcierto que su orgullo quiere esconder. Sé que ve que las cosas no marchan bien como ella pensaba.