XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

El gabinete de crisis 

Marta Zamora Rey, 15 años

              Colegio Puertapalma (Badajoz)  

Se habla mucho en la plaza del pueblo. Al no haber periódico, las vecinas ven necesario informar a sus convecinos de las noticias.

Las conversaciones no varían mucho de un día para otro:

— Buenos días.

— Buenos días a ti también.

— ¿Te enteraste de lo de Fulano?

— ¿Y tú de lo de Fulanita?

Es en ese momento, previo a cualquier informe de sucesos, cuando las solidarias ciudadanas se acercan. Digo «solidarias» porque así se consideran ellas, que dicen presentarse en sus reuniones matutinas únicamente por responsabilidad cívica. Eso sí, que nadie se atreva a preguntarles en qué consiste esa responsabilidad, porque podría ser víctima de sus mordaces comentarios, basados en su temible historial de indagaciones. Y es que, sin ellas, ¿cómo íbamos los demás a llevar al día los eventos de las vidas ajenas? Y mucho más importante: ¿quién iba a ganarlas a criticar?

Este grupo tiene una estructura interna secreta, que solo es posible conocer cuando se entra a formar parte de él. A la cabeza se encuentra la creadora del innovador movimiento, Maruja Jiménez; por debajo de ella están sus ojos y oídos en la reducida geografía del pueblecito, Matilde «la Mil Ojos» y Antonia «la Paredes». Aún más debajo de la pirámide se encuentran las otras informadoras, que nutren al resto con las historias más inverosímiles.

Pero no todas sus tertulias tienen lugar en la esquina de la Plaza Mayor de nueve y media a doce (para todo aquel que quiera asistir). En ocasiones especiales, se reúnen en casa de algún miembro del grupo. Si eso ocurre por la tarde, cada una lleva su tentempié y se sienta, dispuesta a aportar su granito de arena a la asociación. Cuando hay un problema, entonces entra el Gabinete de Crisis en acción. Como sucedió aquella vez.

— Señoras, dejen sus bizcochos y demás dulces en la cocina… —les ordenó Maruja—. Ha pasado lo que nunca podíamos haber imaginado —hizo una breve pausa—.Tenemos un código rojo.

Las presentes asintieron con el semblante serio. Todas sabían lo que debían hacer; todas excepto unas intrépidas reporteras.

— ¡No puede ser! ¡¿Cómo?!...

Una novata, algo despistada, revoloteaba de un lado a otro con una bandeja de galletas, preguntando a qué se debía tanto alboroto.

—¡Ay, Benita, hija de mi vida! —le llamó la atención una de las asistentes—. ¡Deja esas galletas en la mesa, que te caerás del susto cuando te lo explique!

Una vez hecho lo que le habían ordenado, la mujer volvió a paso ligero para escuchar atemorizada lo que Maruja tenía que decir:

—¡Estamos desfasadas! ¡La gente ya no sale a la calle a oír las noticias! Ahora hay Yotuve, o cómo narices se diga eso, y otras cosas más…

— Sí, sí… El otro día… ¡Ay, casi me da algo!... Mi nieta me dijo que por qué no me metía en el Gogel para ver lo que pasaba en el mundo, en vez de comprar mi revista y luego comentarla en el rellano —se lamentó Benita, la nueva.

—¡Pensaba que solo me había pasado a mí! —exclamó la Paredes—. Mi nieta me preguntó que qué hacía fuera en la plaza en corro cotilleando. ¡Qué horror! ¡Nosotras! ¡Cotilleando!

— Los jóvenes de ahora no comprenden un trabajo tan importante como el nuestro —lloriqueó una veterana—. ¡A mí me invitaron a hacerme Feisbok porque creían que así me entretendría y no saldría tanto!

—Debemos encontrar una solución.

Se hizo el silencio, durante el que las afectadas dejaron escapar largos suspiros mientras se concentraban en buscar la clave: ¿cómo concienciar a las nuevas generaciones de su importancia? La Mil Ojos, que era muy aguda, sugirió:

—¿Y si hacemos el salto a lo digital? Podemos ser blojers y contar los chismes en la Internet.

—No, no, porque los jóvenes ven vídeos de todo el mundo, y nosotras no podemos desplazarnos por ahí para informar. Nuestro sistema de comunicaciones lleva un tiempo en construirse.

Se hizo de nuevo el silencio. La reunión terminó ese día sin un plan efectivo contra las nuevas tecnologías invasoras. Al día siguiente volvieron a verse de nuevo, pero esta vez faltaba la pobre Benita.

—¿Alguien sabe si le ha pasado algo a Beni?

Las señoras se temieron lo peor, pues ya se sabe que esa edad es muy mala y que no siempre…

—¡Estoy aquí, chicas! —gritó la nueva desde el otro lado de la plaza—. Traigo una sorpresa. ¡Ha venido mi hija a casa y…!

Todas la felicitaron antes de que terminara de hablar, con ganas de volver al repaso de noticias. Pero ella no las dejó. Les contó que había hablado con su hija sobre su problema.

—¡Sabes que no podemos contar los temas tratados en un Gabinete de Crisis!

—Pero, escuchad… Ella me ha dicho que por qué no creamos una red social y así conectamos a todas las informadoras de todas las plazas del país… ¡O del mundo!