XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

El hijo de la luna

Martín Pérez García del Prado, 13 años

 Colegio Mulhacén (Granada) 

(Se puede leer acompañado de la música de Mecano)

Era una tranquila noche de luna llena. Rosa se encontraba leyendo en su casa cuando, de repente, una voz femenina le interrumpió:

—Sé lo que quieres; puedo ayudarte.

Rosa permaneció quieta y expectante durante unos segundos. No sabía de dónde venían aquellas palabras ni a qué ni a quién se referían. Estaba tan confusa que decidió olvidarlas, como si hubiesen sido un engaño de su imaginación, y reanudar el libro. Entonces escuchó de nuevo:

—Puedo ayudarte.

Confundida, decidió acostarse, vencida por el cansancio.

Al día siguiente, en cuanto se vistió, salió a la calle dispuesta a dar un paseo. Evitó pensar en lo que había ocurrido la noche anterior.

Al llegar a la plaza de la iglesia, su mirada se topó con José, el joven del que estaba perdidamente enamorada a pesar de que él la ignoraba. Pero una idea espontánea cruzó su mente.

—¡La voz se refería a mi amor no correspondido!

Inmediatamente dio media vuelta y corrió lo más rápido que pudo en dirección a su casa. Una vez allí, con el poco aliento que le quedaba, soltó al aire:

—¿Quién eres?... Ya sé a qué te referías. Por favor, respóndeme.

Se hizo el silencio. Nadie contestó a sus palabras.

Al día siguiente volvió a lanzar sus palabras en vano. Y al siguiente también. Y así durante un mes, hasta que llegó la siguiente luna llena. Entonces, de forma inesperada, la voz respondió a su pregunta:

—Puedo hacer que ese hombre te ame y que juntos forméis una familia. Pero establezco una condición: me llevaré al primer hijo que engendréis.

Rosa se quedó pensativa en el silencio de la noche. Entendió que la voz solo le hablaba en las noches de luna, así que decidió seguir su pauta y esperar a la siguiente para comunicarle su decisión.

La idea de sacrificar un hipotético hijo la atormentaba, pero estaba cegada por el amor que sentía hacia José, así que decidió comprometerse con la voz. Sin embargo, aún no sabía a quién pertenecía esa voz que quería ayudarla.

Al cabo de un tiempo José se enamoró de Rosa y contrajeron matrimonio. Nueve meses después nació el primero de sus hijos. Si Rosa tenía la tez de color canela, los ojos oscuros y una melena azabache, el pequeño era blanco como la nieve y de cabello gris plata. José se sintió deshonrado creyendo que su mujer le había engañado, ya que aquel niño no podía llevar su sangre. Tanta fue la ira que se apoderó de él, que hirió de muerte a su esposa y abandonó al recién nacido en el campo.

Rosa murió sin saber que aquella misteriosa voz provenía de la luna. Esta recogió al niño, cumpliendo el objetivo que llevaba persiguiendo desde el inicio de los tiempos: ser madre. Y aquella noche apareció la primera luna de sangre.

Desde entonces, una vez al año la luna adquiere colores rojizos en memoria de la muerte de Rosa.