XXI Edición
Curso 2024 - 2025
El inframundo
Ariadna Dalmau, 14 años
Colegio La Vall (Barcelona)
Caminaban uno junto al otro, uniformados de verde, por un parque desierto junto al cuartel donde vivían. Avanzaban sin prisas y sin arruinar el silencio con torpes palabras. Era la primera vez que se habían tocado desde que Rivka entró en el ejército gracias a las nuevas leyes. A ella, que se había pasado buena parte de su vida escondida en un sótano, le costaba sentirse libre, pues el odio y los prejuicios la seguían atenazando.
Sus manos se rozaron e intercambiaron una mirada. Caminaban lentamente bajo la negrura de la noche, con miedo a que los descubriesen.
–¿Estás contenta por graduarte? –le preguntó Albert.
Ella asintió, pero él la conocía lo suficiente para saber que mentía. Después de una amistad de años antes de que Rivka se tuviese que esconder, aún se trataban como si fueran dos desconocidos. Él sabía lo que era sentirse solo; por eso le dolía verla sufrir.
–Fíjate en esa estrella –señaló al cielo–. Se llama Vega, y es el lucero principal de la constelación Lira –. Rivka lo miró con sorpresa. Hacía tanto que Albert no le hablaba de sus conocimientos de astronomía...–. Representa el instrumento del músico Orfeo, que estaba enamorado de Eurídice, a la que perdió cuando le mordió una serpiente. Para evitar que su amada muriese, bajó al inframundo decidido a recuperarla. Allí la dejaron volver al mundo de los vivos, pero con una condición: mientras Eurídice ascendiera a la Tierra detrás de Orfeo, él no debía girarse para mirarla. Pero apenas iniciaron el camino de vuelta, él rompió la condición y la perdió para siempre.
Rivka guardó unos momentos de silencio antes de concluir:
–Entonces no la amaba realmente. Si no, Orfeo no hubiese vuelto el rostro hacia ella.
Albert sonrió.
–Orfeo se había dado cuenta de que Eurídice pertenecía a la muerte, algo que nadie podía cambiar. Por eso se giró, para mirarla una última vez y despedirse de ella, hasta que la muerte los juntase de nuevo.
–Así que no podían estar juntos –. Rivka había entendido el mensaje de Albert.
Inquieto, él desvió su mirada hacia el cuartel. Temía que su padre reparara en su ausencia de la fiesta de graduación.
–Pero si quiso salir del inframundo para vivir con él…, ¿por qué Eurídice no tuvo elección? –se preguntó Rivka con la voz entrecortada, al borde de las lágrimas.
Se escuchó un fuerte estruendo. Era la puerta trasera del cuartel cerrarse. Un militar apuntaba con su arma a los jóvenes.
–Te lo advertí, Albert; te pedí que no te acercaras a ella.
El muchacho estaba harto de ser el reflejo soñado de aquel hombre que tanto lo había hecho sufrir. Amaba a Rivka, y nada iba a cambiarlo.
–Yo no soy Orfeo, Rivka –le susurró–. Por eso, si es lo que deseas, no miraré atrás. Aunque haya líneas trazadas mucho antes de que tú y yo llegáramos aquí, sé que sólo existen cuando asumimos lo que otras personas dicen que debemos hacer –inspiró–. Estoy dispuesto a sobrepasarlas.
La mano de un soldado del ejército alemán se entrelazó con la de una judía.
–Sí, por favor –afirmó Rivka cerrando los ojos.
Se oyó un disparo.
–Corre –le ordenó Albert.
Su padre yacía en el suelo. Una bala le había atravesado una de sus piernas.
Los enamorados se escaparon del inframundo, al que ya no pertenecían.