X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

El inicio del vuelo

Silvia Teixidor, 14 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

La lluvia caía cada vez con más fuerza. Empapaba la ropa sucia, deshilachada, de aquellos pobres niños. Pero ellos continuaban trabajando, aunque les fallaran las fuerzas de tantos bloques como iban cargados. Pero para sobrevivir, tenían que aguantar.

Ese día, los soldados estaban de un especial y sarcástico humor a causa del traslado de los presos a un nuevo campo de concentración. Al parecer, allí necesitaban mano de obra. Mientras recogían sus escasas pertenencias, los alemanes les lanzaban insultos y hacían bromas que no lograban comprender.

Se pusieron a caminar en fila. Los militares les empujaban. Si alguno se caía, ya no volvía a levantarse. El resto aguantaba el dolor bajo la fuerte lluvia.

Subieron al tren. Todos apretados. Faltaba oxigeno. Algunos, a los que no les llegaba el aire, se desmayaron.

En el trayecto murieron la mitad de ellos. Algunos empezaron a sospechar que si les necesitaran para trabajar, les tratarían mejor.

Se miraban los unos a los otros. Entre ellos habían forjado lo más parecido a una familia, ya que de las suyas no habían vuelto a saber. No sabían qué les empujaba a quererse, ya que lo más fácil era preocuparte sólo de tu pellejo.

El tren se detuvo. Habían llegado. Los llevaron en fila hacia un edificio gris. Los soldados dijeron que eran unas duchas. Mientras entraban en orden, uno detrás de otro, algún niño se giró para contemplar la luz del sol. Entraron hombro contra hombro, desnudos. Afuera habían dejado su ropa amontonada.

En una sala descubrieron esas duchas con las que habían soñado tanto tiempo. Pero en cuanto cerraron las puertas se dieron cuenta de que no había grifos. La desesperación se hizo palpable. Empezó a salir gas. Todos fueron cayendo. Sus cuerpos yacieron sobre el suelo, sus almas comenzaron a volar.