XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

El kata

Nuria Franco, 15 años

              Colegio La Vall (Barcelona)  

El examen iba a dar comienzo en unos minutos y los nervios empezaron a apoderarse de Inés, una estudiante de Granada que cursaba 4º de la ESO. Pero en ese momento daban igual su nombre y su edad; lo único que le importaba al jurado era su número de DNI. Y a ella, que superara la prueba.

La joven se encontraba ante un examen de kárate: aquel grupo de hombres y mujeres iban a seleccionar a los cien mejores alumnos para que empezaran a entrenar en el mejor dojo de Andalucía. El único requisito que se pedía a los participantes era haber alcanzado el cinturón negro y, a ser posible, con «primer dan».

Llegó la hora. Inés se despidió de su madre. Una vez entró en la pista, el sensei, maestro del dojo, le indicó el lugar donde tenía que colocarse para realizar el kata, unos movimientos que llevaba practicando desde que empezó con aquella disciplina japonesa, a los cuatro años de edad.

Inés cerró los ojos durante unos segundos y respiró hondo.

—Piranidan! —gritó para dar inicio al kata.

Realizó cada movimiento como si la vida le fuera en ello. Los jueces se quedaron atónitos ante la perfección de su danza de patadas, puños y saltos. Al acabar, saludó elegantemente y se retiró con la sensación de haberse quitado un peso de encima. No contaba con que, de pronto, alguien iba a agarrarle del karategui —la chaqueta de su vestimenta— para empujarla hacia atrás.

Inés, con una seguridad firme, se defendió de aquel intruso que le atacó con una llave que le enseñaron en su niñez. El hombre quedó en el suelo, asustado, pues solo quería felicitarla. En cuanto Inés observó la cara del señor, se puso toda roja, pues acababa de tirar sin compasión a uno de los miembros del jurado. Se disculpó avergonzada y se marchó lo más rápido que pudo.

Ahora solo faltaba esperar junto a los otros participantes a que el sensei saliera de la sala y nombrara a los cien afortunados.

Después de esperar durante dos horas, el sensei apareció y empezó a recitar los DNI de concursantes que, con mucha alegría, se ponían en pie. Iba a anunciar la plaza número noventa y nueve. Inés estaba entristecida, convencida de que no sería para ella. Pero el caso no fue este, pues la nombró.

La expresión de la muchacha lo decía todo: tenía la mirada llena de euforia y satisfacción. Su sonrisa iluminaba el polideportivo.