VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

El libro ambulante

Álvaro Bravo, 16 años

                 Colegio Mulhacén (Granada)  

Marcos escogió un libro de tapas rojas con el título y el autor escritos en letras doradas. No hizo mucho caso a la pobre portada, seguramente por eso la eligió; su falta de palabras lo animaba a leer, aunque pudiera parecer un contrasentido. Se acomodó lo mejor que pudo en una silla y resopló mientras abría aquel volumen.

La primera página resultó desalentadora: era la primera vez que Marcos observaba tan diminuto tamaño de letra. Además, la hoja estaba impresa hasta prácticamente los márgenes. Dada la situación, decidió echar un vistazo a la siguiente con la esperanza de encontrar alguna ilustración que le sirviera de oasis.

-¡Joder¡ -Se le escapó al advertir que todas las páginas del libro eran idénticas en estructura.

Un vendaval de miradas se dirigió hacia él. Aquellos ojos clamaban silencio y terminaron por convencerle de que la biblioteca no era lugar para él.

Se levantó y desplazó su silla con el máximo cuidado. Los lectores habían conseguido intimidarle. El libro recibió castigo por parte de Marcos. Lo cogió por el medio, aún entreabierto, y lo depositó de mala manera en el primer estante que divisó.

Fue a salir de aquel edificio cabizbajo. El silencio que allí reinaba era insoportable y a cada paso sentía que la gente se lo comía con la mirada. En la calle las cosas no mejoraron. Al cielo le había dado por desahogarse en aquel momento y Marcos no traía ningún chubasquero que le pudiera proteger de aquel repentino chaparrón. Pero no soportaba permanecer más tiempo bajo la sombra de aquel horrendo edificio y comenzó a correr como un poseso hacia su casa. Por la acera empujaba a los transeuntes y al cruzar la calle obligó a los coches a dar frenazos inoportunos. Su mente estaba en otro lugar. La biblioteca había conseguido arrebatarle sus facultades y ahora andaba buscando una respuesta a su confusión.

Cerca de su casa, se resguardó bajo el toldo de un comercio para recobrar el aliento. Flexionó el cuerpo, apoyándose las manos sobre las rodillas, y exhaló varias veces con los ojos cerrados. Estaba a punto de caer al suelo, exhausto. Instintivamente se apoyó contra el escaparate del establecimiento. De repente, notó un pinchazo en su espalda. Rebuscó con sus manos detrás del torso, aún quejándose por el dolor, y sacó un objeto cuadrado de afiladas esquinas y color blanquecino.

-¿Quién puede haber dejado este libro aquí?- pensó.

La causa de sus problemas parecía estar desafiándole, pero esta vez era diferente. Aquella obra no poseía título, lo que incitó a Marcos a curiosear en su interior. Parecía una recopilación de diferentes historias organizadas en capítulos. Marcos hojeó varias páginas, pero los nombres de los autores que allí aparecían plasmados no le sonaban de nada. Podía no interesarle la lectura, pero era conocedor de bastantes escritores actuales y de otras épocas, gracias a sus clases de Literatura. No obstante, lo más sorprendente era que la mitad de las páginas de aquel volumen estaban en blanco, como si todavía no hubiese sido terminado. Marcos comenzó a escudriñar la parte que faltaba completar mientras se recomponía antes de proseguir su camino. Sin darse cuenta, siguió hacia su casa revolviendo las hojas del manuscrito. Entonces, en una página aislada, encontrada como por azar, reparó en un par de palabras situadas en el margen superior izquierdo: “Autor – M…” Se escuchó el desagradable sonido de varios cláxones y el libro desapareció de su vista.

-¡Eh, mirad! Ha despertado.

Percibí la voz aguda de mi hermano. Al instante mi campo de visión fue ocupado por el rostro de mis padres.

-¿Estás bien? -preguntó él.

-¡Cuánto miedo he pasado! -dijo ella.

Al darme cuenta de mi situación, comencé a llorar. Las caricias y los besos me reconfortaron. Observé a mi alrededor, para situarme en aquella habitación extaña. Aquella forma que visualicé sobre la mesilla, me recordó el suceso acontecido antes del accidente. Alcancé con la agilidad de un lince el misterioso libro y, como si en ello me fuera la vida, rebusqué hasta dar con lo último que había leído. El nombre de aquel novelista era Marcos García y su historia estaba pendiente de escribirse.

Marcos, aun desconcertado por la coincidencia entre su nombre y el del autor, decidió apoderarse de las páginas reservadas para su tocayo y comenzó a reflejar en ellas los sucesos acontecidos ese día, hasta el hallazgo del libro. También tuvo oportunidad de examinar más a fondo aquel manuscrito y descubrió las increíbles historias que allí habían querido compartir numerosas personas.

Cuando recibió el alta hospitalaria, comprendió que aquel libro tenía un significado especial y sintió la necesidad de proseguir su curso. Lamentablemente, no podemos revelar la localización actual del libro.