XVII Edición
Curso 2020 - 2021
El lobo
Javier García Sebastián, 17 años
Colegio Tabladilla (Sevilla)
La lluvia caía con fuerza y los truenos hacían temblar los cimientos de la casa. Lo que sucedía en su interior parecía una escena del mismísimo infierno: Marta y Victoria, que eran hermanas, empujaban los muebles para escapar de una criatura monstruosa.
La tarde anterior el padre de las dos chicas se había encontrado un perro montaraz en el jardín. Al intentar espantarlo, el animal le mordió. Ambas habían observado el lance desde la ventana de su cuarto.
–Deberíamos bajar al pueblo para que te visite el médico– le dijo Victoria.
–No os preocupéis– les respondió mientras observaba su herida– sanará sola.
Pero al caer la noche aquel hombre sufrió una extraña metamorfosis: ante sus hijas se transformó en un licántropo. Presas del pánico, estas salieron del comedor a escape y subieron al dormitorio, donde Marta tomó el rifle de caza. El hombre lobo se detuvo junto al marco de la puerta, observándolas con los ojos inyectados en sangre.
Marta cargó el arma con torpeza y el licántropo se inclinó hacia delante, para tomar impulso. El tiempo parecía haberse detenido, pero, de pronto, la horrible criatura se abalanzo sobre su hija, quien soltó un chillido, incapaz de apretar el gatillo. Victoria observo con pavor la escena: garras y colmillos actuaban sobre la presa. Entonces dio una carrera hasta el otro extremo de la habitación, donde estaba el rifle. Con el corazón amenazando con salir de su pecho, se encaró el arma y disparó hacia la masa de pelo y garras.
El lobo se desplomó sobre de Marta. Victoria suspiró, aliviada, pero de pronto tuvo un mal presentimiento. Pese al rumor de la lluvia y a los truenos ocasionales, la habitación se encontraba envuelta en un atosigante silencio.
La chica se acercó al cuerpo inerte de lo que antes había sido su padre, y lo apartó con mucho esfuerzo. Marta descansaba en el suelo, en medio de un charco de sangre. Su cara estaba crispada en una mueca de terror, pero no emitía el más mínimo movimiento, ni siquiera una respiración.
–No... no por favor –le susurró Victoria tendiéndole las manos.
Le tocó el cuello; Marta no tenía pulso. Le palpó el pecho, esperando un milagro... pero el corazón se le había detenido.
Un grito lleno de rabia se elevó fuera de la casa, desde las ventanas al tejado; desde el tejado hacia las nubes.