X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

El médico de Tolosa

Marta Olarreaga, 16 años

                 Colegio Ayalde (Bilbao)  

El atxona, como mi padre lo llama, fue el padre de mi abuelo, el abuelo de mi padre y, obviamente, mi bisabuelo. Los que le conocieron coinciden en que fue un hombre bueno, un modelo de virtudes. Según mi padre, era muy reservado, al igual que el abuelo.

En su casa hablaban euskera, fue padre de cinco hijos y un apasionado de la pesca, afición que transmitió a todos los varones de la familia. Sus jornadas en los ríos de Navarra no conocían fin. En ocasiones partía antes del amanecer y no regresaba hasta pasada la medianoche.

Estudió medicina en la capital de España y allí se convirtió en jugador delantero del Atlético de Madrid, equipo con el que ganó varias copas. Pero en esos tiempos el futbol no era una profesión, ni mucho menos, sino un divertimento pasajero.

Ejercía la medicina en su consulta de casa, en la clínica Izaskun de Tolosa y en la clínica de la Beneficencia. Cuando llegó la Guerra, los otros dos médicos que trabajaban con él huyeron a Francia en busca de refugio y él se quedó solo, a cargo de todos los enfermos. Con tanto trabajo no daba abasto y los signos de cansancio comenzaron a hacerse evidentes en su rostro. A pesar de todo, no negó a nadie su ciencia.

Al convertirse en médico, había hecho el Juramento hipocrático, por el que se comprometía a desempeñar los conocimientos adquiridos siempre en beneficio del paciente y no del suyo propio. Por eso no pudo ni quiso evitar curar a pacientes de ambos bandos. Un vecino lo denunció a las autoridades y al poco tiempo le detuvieron para encerrarlo en la cárcel de Ondarreta, en San Sebastián. Desde su celda veía la playa y aspirar el intenso olor a salitre. Sin embargo, el bello paisaje no le hacía olvidar en donde se encontraba, un centro penitenciario por el que pasaron 8.000 presos políticos, de los que seiscientos de ellos fueron ejecutados por los vencedores de la contienda. Pero el atxona finalmente cumplió su condena y logró recuperar la libertad.

Regresó a su consulta en Tolosa, pero al poco tiempo volvieron los problemas con la Justicia. Esta vez le habían acusado de firmar recetas médicas para el bando perdedor, por lo que le prohibieron ejercer su oficio durante cinco largos años. Recurrió a un abogado, con el que consiguió que le rebajaran la pena a la mitad.

Una vez normalizó su situación, regresó a sus enfermos y dedicó su tiempo libre a la familia y a la pesca.

De mayor contrajo alzheimer y terminó por olvidarse hasta de sus hijos. Sin embargo, me resulta curioso que pudiera evocar nítidamente cualquiera de sus lances en los ríos. Entonces se le encendían los ojos y hablaba sobre el arte de la pesca y sus secretos con la ilusión de un niño.

Mi bisabuelo descansa junto a su familia en el cementerio de la villa que fue su hogar, Tolosa.