XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

El milagro de la vida

Reyes González Lobo, 14 años

Colegio Entreolivos (Sevilla) 

Una bocanada de aire entró en sus pulmones en cuanto rompió a llorar. Podía intuir la luz a través de sus párpados todavía cerrados. No era consciente de que una nueva flor se había abierto en la tierra, y que esa flor era él.

Su madre lo buscó con sus ojos cuajados de lágrimas. Le pareció que era precioso. Aunque no era fácil decidir a quién pertenecían sus rasgos, le resultó tan parecido a ella como a su padre. Y en esa combinación se reflejaba que era un ser diferente, independiente, único.

Sus piernecitas colgaron en el aire mientras la matrona lo tomó para limpiarlo y pesarlo. Todavía lloraba.

—¿Me lo podría dar unos momentos? —pidió la madre.

En cuanto se lo pusieron sobre el pecho, ella supo que la había reconocido, pues al momento dejó de llorar, como si esa voz que le había acompañado durante nueve meses lo reconfortara de todas las penalidades sufridas para llegar al mundo. Además, las manos de la matrona le habían resultado frías. Él anhelaba la calidez que le proporcionaba su madre. Todo lo bueno venía de ella. Lo demás era dolor y frío.

Intentó abrir los ojos. Se cansaba con el esfuerzo, pero ya lo había logrado antes, en el interior de su madre. Se esforzó, arrugando su diminuta nariz de manera tan cómica que a ella le hizo reír. Indiferente, el pequeño bostezó y se quedó dormido, acurrucado en aquel maravilloso calor que emanaba su madre.

Era el milagro de la vida.