XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

El momento

Belen Cabello de los Cobos, 17 años

Colegio Senara (Madrid)


Sus pies descalzos se arrastraron hasta la cocina. Abrió el congelador y observó su contenido, deteniéndose en un helado de vainilla que nunca había probado. Recordó que el verano anterior pidió ese sabor en una heladería, pero se lo pusieron en un cucurucho de galleta con sabor a canela que ella no había pedido, así que no probó ni el barquillo ni el helado. Entonces decidió que nunca le gustaría la vainilla.

Cerró el congelador sin haber tomado nada de su interior, pero con los ojos hinchados como granadas a punto de explotar. Su hermano, al que estimaba tanto, decía que era preferible desconectar una bomba al aire libre, porque si estallaba dentro de una habitación habría muchos daños colaterales. Ella, obediente, salió al balcón.

Desde un quinto piso de aquella ciudad desconocida para ella observó a la gente que paseaba. Parecían búhos que caminaban solos, con la cabeza escondida bajo el plumaje, como con miedo a ser descubiertos pero con los ojos bien abiertos, para salir volando si podían, claro, pues esa tarde había tormenta. O eso decían las nubes que viajaban por la oscuridad. Las demás eran más libres y componían sugerentes formas. A ella no le gustaban las nubes, como tampoco la vainilla.

Pero esta vez no abandonó el balcón, como había hecho en la heladería, sino que se quedó observando las nubes. Quería saber por qué no le gustaban, pues embellecían el cielo.

A lo lejos despertó un pequeño hilo rosado. Se asomaba tímidamente por debajo de las nubes blancas. Entendió que se trataba de un trocito de cielo que intentaba hacerse hueco en una foto de grupo. El color rosa le hizo sonreír, a pesar de que la chica estaba ahogada en llanto. Ahora, todo parecía ir a la par. Los búhos, ansiosos por salir a volar, desplegaron sus alas. Y ella buscó una cámara para retratar para siempre aquel momento. Regresó al balcón con una risa emocionada. Todo le parecía más bello; incluso las nubes oscuras le resultaban elegantes. Se tomó su tiempo para hacer la foto. Quería un plano perfecto. Necesitaba poder contemplar aquel amanecer siempre que quisiera.

Pero el tiempo la engañó: las nubes blancas comenzaron a tapar el fino hilo rosado y, en un abrir y cerrar los ojos, el cielo se tiñó de gris. Las lágrimas desconsoladas de la chica se transformaron en lluvia y los búhos ya ni siquiera paseaban por las calles.

Salió del balcón y desde la ventana de su cuarto contempló la tormenta. No le gustaban las nubes, tampoco los cucuruchos. Si su madre compraba helado de vainilla, ella no lo probaba. Si en el cielo las nubes se compactaban hasta deshacer sus formas, ella no hacía fotos.

De pronto entendió que el problema no era del cielo, ni de las nubes, ni del cucurucho, ni de la vainilla. El problema era que la belleza no depende de una sola cosa, sino de un conjunto.