XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

El muchacho del surf 

María Díaz Abad, 15 años

          Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría)  

Era verano.

Como de costumbre, Valeria pasaba las vacaciones con su familia en la costa. Solía contemplar, sentada en la arena de una desértica playa, el ir y venir de las olas, y a menudo se quedaba ensimismada mirando el infinito. Le gustaba disfrutar de algún buen libro en el momento del atardecer, mientras el sol se ponía y el cielo se tornaba de colores rojizos. Solo cuando apenas le quedaba luz para seguir leyendo, volvía a la realidad y se planteaba de nuevo el porqué de lo sucedido años atrás.

Una de esas tardes, mientras Valeria leía como de costumbre, alzó la mirada y se encontró entre las olas algo que le llamó la atención: un grupo de surferos que vestían neoprenos y portaban tablas con las que cabalgaban sobre las olas. Sintió una inmensa atracción por la valentía que demostraban enfrentándose a la fuerza indómita del mar. No les importaba el tamaño de las olas ni lo seguidas que pudieran romper contra la costa. Si se caían en la panza de agua, volvían a la superficie, siempre con el mismo tesón.

Todo esto le llevó a plantearse a qué objetivos debía ella enfrentarse con idéntico esfuerzo.

«¿Seré capaz de superar algún día mis miedos?», se preguntó. «¿Podré volver a practicar ballet?».

Desde que sufrió el accidente, nunca más había vuelto a bailar. Habían pasado tres años desde entonces.

Valeria y su familia vivían en Marlow, una pequeña ciudad de Inglaterra junto al río Támesis. Una noche, su madre se disponía a salir de su casa para recoger a su hija en la academia de danza, cuando recibió una llamada de la profesora: Valeria había sufrido una grave lesión.

Pasó días ingresada. El médico le dijo que necesitaba reposo absoluto y que, por su propio bien, tendría que dejar las tablas. Aquello le resultó a la chica muy difícil de asimilar; el ballet era su gran pasión.

Pero al entender a actitud de los surferos, se propuso recobrar la confianza en sí misma. No hay que tener miedo a la fuerza incontrolable que gobierna la vida.

Aquello fue el inicio.